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Redacción

La historia de los crash test dummies

El primer accidente vial mortal registrado en la historia se produjo en Irlanda en 1869 cuando una científica fue arrollada por el coche de vapor de su marido, al salir despedida del mismo. Desde entonces se ha evolucionado tanto en seguridad que Volvo asegura que acabarán los accidentes en 2020. Pero en toda la historia de la seguridad vial, los grandes olvidados son los crash test dummies (maniquí en inglés), réplicas, casi perfectas del cuerpo humano, imprescindibles para certificar la seguridad de un nuevo vehículo en el mercado.

En las antiguas pruebas de choque probar los coches gracias a voluntarios, cadáveres humanos y hasta huevos. En el primero de los casos solían ser investigadores excéntricos y sus alumnos que participaban en este tipo de pruebas en las que, en ocasiones, perdían la vida. En lo que respecta a los cadáveres, lo que se hacía era cubrirlos con vendajes, inyectarles un líquido similar a la sangre y, tras sujetarles al vehículo, simular el impacto. El problema de esta práctica, además de su escasa fiabilidad, era la falta de ética.

No se abandonarían este tipo de prácticas hasta 1949 cuando aparece el primer dummy moderno, se llamaba Sierra Sam, bautizado así por su impulsor, Samuel W. Alderson, y tenía el objetivo de probar la fiabilidad de los asientos eyectores de los aviones del ejército estadounidense. Pronto, se dieron cuenta que los soldados sufrían más accidentes cuando conducían un coche que un avión así que pensó en su utilidad para testar la seguridad de los vehículos.

La evolución de los dummies fue imparable y en 1971, General Motors presentó el Hybrid I, y más adelante su versión femenina, el Hybrid II. Les seguirían el Hybrid III en 1983, dando un paso cualitativo con cerca de 100 posibilidades de medición y más recientemente, conocimos a Thor, dotado de una alta biofidelidad que aporta información sobre otras partes del cuerpo como el pie, el talón y la rodilla. Sin embargo, parece que pronto será sustituido por otro más innovador, el THUMS de Toyota, que reproduce muy fidedignamente la estructura ósea, órganos internos y toda la instrumentación necesaria para conocer las lesiones causadas por los accidentes en el organismo con total precisión.

En la actualidad se utilizan diversos dummies, con distintos tamaños o percentiles según se quiera simular un hombre, mujer o niño así como el tipo de impacto. Los dummies cuentan con una serie de sensores que conectados por un cable envían todos los datos a una caja de registro atornillada en el maletero del coche en pruebas. Esta caja traduce la información en las posibles lesiones que sufriría el cuerpo humano si se viera sometido a un impacto como el que ha experimentado el dummie.

El crash test se lleva a cabo en un coche colocado en un corredor en el que hay un vial enganchado al coche (como si fuese un tren), mientras un motor de 400 kW propulsa al vehículo hasta la velocidad indicada. Todo el proceso es grabado y fotografiado a 1.000 fotogramas/segundo. El vehículo acaba destrozado en cuestión de segundos.

En los laboratorios del motor en los que se realizan estos tests, se contabilizan una media de 200 crash tests al año con todo tipo de pruebas y accidentes. En la actualidad, no todos los crash tests se realizan con dummies, debido a su elevado precio, 120.000 euros aproximadamente. Como alternativa se utilizan simulaciones por ordenador que ofrecen muchas posibilidades para realizar el test.

Fuente: EuroNcap

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