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Gonzalo Yllera

Mille Miglia: La corsa più bella del Mondo (2/2)

Una atmósfera de nobleza y glamour rodeaba a la Mille Miglia

La carrera de la Mille Miglia era, además, un acontecimiento costumbrista, no sólo un deporte de alta tecnología. Una atmósfera de nobleza y glamour rodeaba aquel mundo. Los que competían, debido a los enormes costes, y a la inversión que había que realizar, solían pertenecer a la nobleza de aquella época. Famosos de muchas partes del mundo empezaron a asistir o a participar en la carrera y los medios de comunicación de la Italia de la postguerra dieron más cobertura al evento.

Al tratarse de una carrera abierta, en la que cualquiera podía inscribirse, supuso que en esta competición las clases medias se codearan con los ricos y los famosos, este hecho hizo que el acontecimiento fuera cada vez más popular en un momento, después de la Segunda Guerra Mundial, en que la pobreza imperaba. Los más pudientes participaban con vehículos de Lancia, Alfa Romeo, Ferrari, Mercedes Benz o Jaguar, los más humildes, por su parte, lo hacían con Fiat. Para los más rápidos la carrera duraba algo más de 10 horas, mientras que los más lentos tardaban 2 días en recorrer las “mil millas”.

Como ya dijimos anteriormente, la Mille Miglia nació con el propósito de promocionar la industria automovilística. Y aunque tras la Segunda Guerra Mundial Italia estaba todavía en ruinas, se volvió a competir de nuevo. El objetivo que había impuesto el anterior régimen fascista de aprovechar la competición para este fin, seguiría siendo la base de la carrera. Los coches habían evolucionado mucho y la velocidad que alcanzaban era, en muchas ocasiones, el doble que en sus inicios, con un número de participantes cuatro veces superior, lo que a su vez aumentaba enormemente el riesgo. En la primera carrera, celebrada en 1927, la media fue de algo más de 77 km/h. En cambio los verdaderos prototipos de los años ´50 sobrepasaban los 300 km/h en las rectas de la llanura del Po obteniendo como Stirling Moss, en la edición de 1955, un promedio de 157,650 km/h, a bordo de su Mercedes-Benz 300 SLR spyder (record absoluto de la prueba, al recorrer los 1597 km en 10h07’48»). ¡Algo absolutamente increíble!.

Stirling Moss, recordman absoluto, con una velocidad promedio de 157,650 km/h, a bordo de su Mercedes-Benz 300 SLR Spyder

La carrera discurría por ciudades, por carreteras de montaña y por llanuras. No había forma de mantener alejado al público. Los coches circulaban a altísimas velocidades por las poblaciones, a pocos metros de las casas. Pero era una carrera muy popular. Se celebraba durante un fin de semana, para que todos los que amaran este deporte, y los que no, tanto hombres como mujeres o niños, pudieran verla desde sus ventanas o desde las cunetas.

Había accidentes cada año, con consecuencias nefastas. Pero hubo dos que marcaron la historia de la prueba. En la Mille Miglia de 1938, el Lancia Aprilia de Bruzo-Mignanego derrapó a gran velocidad en la carretera de circunvalación de Bolonia y, fuera de control, arrolló a varios espectadores, matando a diez de ellos, entre los que había siete niños. Las autoridades del régimen fascista prohibieron que la carrera se volviera a celebrar en carreteras públicas. No obstante el comienzo del conflicto mundial hizo que la competición no se reanudara hasta el año 1947.

Pero el incidente que realmente marco la carrera tuvo lugar en 1957, en Guidizzolo, entre Mantua y Brescia, a unos pocos kilómetros de la meta. Otro accidente supuso un drama muy similar al vivido en 1938. Nueve espectadores murieron, incluyendo 5 niños. El suceso impactó a la opinión pública porque, además, murieron dos pilotos de Ferrari: el español Alfonso de Portago y su copiloto Edmund Nelson. En una de las larguísimas rectas de la llanura lombarda, el neumático delantero izquierdo del Ferrari de Portago reventó.

Literalmente el coche salió volando, derribando un poste de telégrafos, rebotando y provocando una auténtica carnicería entre los espectadores que estaban situados en el arcén, a escasos centímetros de la carretera por donde pasaban los coches. En la investigación que se realizó después del accidente se calculó que, en el momento del impacto, podría circular a más de 250 km/h. El coche se partió en dos, literalmente, y acabó en una zanja. Aquel accidente del año 1957, con tantas víctimas, sucedió cuando muchos ya se preguntaban sobre si debía volverse a celebrar la carrera de las “mil millas” de Italia. Este golpe supuso el fin definitivo de la competición.

"Fon" de Portago, el primer español que pilotó para Ferrari

Alfonso Cabeza de Vaca y Leighton, más conocido por su título de Marqués de Portago, o por su apodo “Fon” de Portago, era un “caballero-piloto” de la época, lo que ahora conocemos como un Gentleman-Driver. O sea, corría para pasarlo bien, por placer, pero con la seriedad de un profesional. De Portago pilotaba un bólido oficial de Enzo Ferrari, pero se podía haber permitido, sin ningún problema, comprarlo para poder correr con él.

Era un auténtico playboy y, entre sus numerosas conquistas, se hallaba una actriz muy famosa del momento: Linda Christian. El Marqués de Portago representaba el mundo de los actores y el de los famosos, de los hombres y mujeres de clase alta, que daban glamour al ambiente de las carreras. (Para conocer algo más de la figura de «Fon» de Portago no os perdáis los vídeos del final de este reportaje).

En 1957 el accidente de Guidizzolo marcó el fin de la Mille Miglia, pero también tuvo importantes consecuencias legales, pues se interpusieron diversas denuncias. Enzo Ferrari fue procesado por el homicidio de sus dos pilotos y de los nueve espectadores. Su imagen quedó muy dañada. El juicio contra Ferrari y el fabricante de los neumáticos se prolongó durante algunos años aunque, finalmente, ambos fueron absueltos.

Algunos calificaron la sentencia de “salomónica”, pero quizás habría sido mejor calificarla de “farisaica”, porque consideraba que los espectadores eran los principales responsables de las muertes. Se dijo que si los padres no hubieran dejado a sus hijos exponerse al peligro, si no se hubieran amontonado en la cuneta, tan cerca de la carretera, para ver pasar los coches, entonces no habrían muerto.

Durante las 24 ediciones que se celebraron de la Mille Miglia (de 1927 a 1957) se sucedieron muchos accidentes y hubo también muchos muertos. Como hemos dicho, se trataba de una competición popular, abierta a todo tipo de público. Por eso todo el mundo quería verla de cerca, no sólo los aficionados o los periodistas deportivos, sino también los hombres, las mujeres, las personas mayores o los niños.

Muchas familias acudían esos días a la carrera para ver aquel “carrusel” continuo de coches, que pasaba cerca de sus casas y que duraba varias horas. Los coches eran espectaculares, de las más diversas marcas y preparadores, muy diferentes de lo que estaban acostumbrados a ver. Cuando se dan estas circunstancias se corre un gran riesgo de que muera alguien. La sentencia no hizo más que ratificar el final de esta carrera, que no volvería a celebrarse nunca más. Ya no era posible competir con coches tan potentes como aquellos, que alcanzaban velocidades enormes en las carreteras públicas italianas.

Finalmente, la Mille Miglia, aparte de los sucesos tan amargos que sucedieron y que provocaron su final, destacó porque su repercusión social hizo que el mundo del automóvil avanzara enormemente. En esta fantástica carrera la inteligencia de los diseñadores y constructores se unió al enorme valor de los pilotos creando un atractivo coctel que sirvió para promocionar y hacer progresar la competición de las “cuatro ruedas”, representando un paso muy importante en el desarrollo del automóvil.
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Galería de Imágenes:

Via | Alfa Romeo, BMW, Ferrari, Mercedes Benz, Mille Miglia, Museo Mille Miglia

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