Un avión circulando bajo raíles o un tren boca abajo con una hélice en el morro. Ambas versiones son válidas para definir este extraño invento que el escocés George Bennie empezó a diseñar allá por 1921. Ocho años más tarde, pudo realizar el primer prototipo que tardó en construir al menos un año.
Finalmente, en 1930 tenía a su disposición el primer «avión sobre raíles» de la historia. Muchos fueron los que se acercaron, desde ingenieros hasta curiosos de la tecnología, el día 8 de julio de 1930 para probar este singular medio de transporte.
La prueba, para los posibles inversores, consistió en 120 metros de trayecto en un coche «railplane» con capacidad para 48 personas. Con hélices en proa y popa, el vehículo podía alcanzar una velocidad máxima de 193 km/h. Una viveza con la que Bennie tenía previsto realizar la conexión entre la capital escocesa, Edimburgo, y Glasgow.
Sin embargo, el plan no maduró lo suficiente en las mentes de aquellos que pudieron probarlo y pronto la idea de este valiente emprendedor perdió fuelle y financiación, ya que cayó en bancarrota en 1937. Después de eso, pasó a formar parte de uno de los intentos de innovación tecnológica fallidos de la historia de Escocia.
Lamentablemente, la guerra arrancó la huella que quedaba de este fracaso debido a la necesidad de metal durante el conflicto en 1941. Nueve años más tardes moriría su inventor en la soledad de aquel que ha conocido la fama y ha quedado en el olvido. De su invento solo quedó el coche de dos hélices que sería vendido como chatarra en los años 60.
Pese a su pésimo final, el extraño vehículo de George Bennie rompió con los moldes establecidos uniendo una turbina de avión y la estructura del tren. Algo innovador e imprevisible que ha pasado a la historia y se mantendrá en la memoria de aquellos que con curiosidad se pregunten cuál es el resultado de mezclar un avión y un tren.