Berlín es una de las ciudades europeas más fascinantes. Además de tener casi todo por duplicado debido a su historia y al muro que la dividió durante décadas, enamoran los rincones que uno encuentra en los lugares más insospechados, como esta gasolinera reconvertida en vivienda.
Fue Juerg Judin, comerciante de arte y coleccionista, quien obró esta maravilla y el responsable de que ya estemos buscando estaciones de servicio en venta. Judin pasó durante años por la gasolinera Shell abandonada en el distrito de Schöneberg y fantaseaba con lo que ese edificio podría dar de sí.
Había un letrero que indicaba que estaba en venta y eso le llevaba a imaginar más las posibilidades del espacio. Hasta que de repente, el letrero desapareció. «Fue como estar enamorado y no hacer nada al respecto, y luego descubrir que la persona ha encontrado a alguien de repente», aseguraba en una entrevista a New York Times.
Fue entonces cuando revisó las fotografías que habia hecho a la estación de servicio y vio de nuevo el cartel con un número de teléfono. Llamó y ¡bingo! La gasolinera, diseñada en 1953, construida en 1956 y desocupada desde 1986 (tres años antes de la caída del muro, todavía estaba a la venta.
Era el año 2005 y por medio millón de euros se hizo con el edicicio y los 800 metros cuadrados de terreno. Durante los siguientes tres años, restauró el edificio existente, levantó un nuevo espacio y creó un idílico jardín urbano.
No puedes mudarte a una antigua estación de servicio de cualquier modo. La gasolinera había sido erigida sobre los cimientos de un antiguo edificio, demolido tras la Segunda Guerra Mundial. Precisó de una descontaminación completa, llenando los tanques de combustible con arena y limpiando de residuos la vieja cimentación.
El artista rescató los azulejos originales, mantuvo las ventanas curvas y empleó marcos de puertas rojos, el mismo tono del logotipo de Shell, color empleado en un baño en la parte trasera de la estación de servicio.
Los 93 metros cuadrados originales podrían haber sido suficientes para vivir una familia, pero como artista necesitaba más espacio. De ahí que sumase 300 metros cuadrados como estudio en un edificio de dos pisos que forma un ángulo de 90 grados. En la palnta baja está la sala de estar, una biblioteca, el dormitorio de invitados y un baño, además de un espacio expositivo. La primera planta, con una fachada traslúcida, se reservó como estudio.
Más allá de las obras de arte, el antiguo espacio de tienda es ahora la cocina. Y luego está el jardín, oculto tras una pared de dos metros y que tiene un estanque iluminado. El antiguo dosel de hormigón de la gasolinera, que otrora protegía los surtidores, da sombra como si fuese una escultura al aire libre. Desde luego, ganas de que los coches eléctricos den paso a más espacios como este en muchas ciudades.
Fuente: Dwell
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