En enero de 1919, el Gobierno de Estados Unidos aprobó la enmienda XVIII de la Constitución, que prohibió por ley la fabricación, distribución y venta de cualquier tipo de bebida alcohólica.
Para las autoridades conservadoras de la época el alcohol era el origen de todos los males que asolaban la nación, así que la llamada “ley seca” volvería a recuperar la moralidad de sus ciudadanos.
Lejos de lograr el objetivo, la prohibición contribuyó a general un inmenso mercado negro de tráfico de alcohol controlado por grupos mafioso que se hicieron millonarios.
El método era sencillo; los capos contrataban a conductores que modificaban los vehículos para que pudieran soportar más peso y así cargar un mayor número de botellas y a su vez conducir por caminos alternos, más o menos inhóspitos, evitando los intensos controles policiales.
Con el paso del tiempo estos conductores se convirtieron en verdaderos expertos y para mostrar sus habilidades comenzaron a reunirse con el objetivo de demostrar quien tenía el vehículo más potente y ante todo, dejar claro sus habilidades al volante.
Tras la Segunda Guerra Mundial, la economía de EE.UU comenzaba a resurgir de sus cenizas y los ciudadanos invertían grandes cantidades de dinero en ocio.
Esto, unido al precio tan barato del combustible provocó que las carreras siguieran creciendo en masa. Se comenzaron a organizar competiciones a lo largo de todo el país y la popularidad fue creciendo entre aficionados y prensa.
En diciembre de 1947 Bill France Sr, organizador de la carrera de Daytona International Speedway, el primer óvalo asfaltado de EE.UU, reunió a los pilotos más renombrados y fundó la NASCAR (National Association for Stock Car Auto Racing) , la primera asociación de automóviles de stock y actualmente uno de los “deportes” más importantes del país.
Dos meses después, el 15 de febrero de 1948 tuvo lugar la primera carrera oficial de NASCAR, organizada en Daytona y cuyo ganador fue Red Byron a bordo de un Ford modificado.
Vía: Ballesterismo