La sonda Lambda es un sensor situado en tubo de escape cuya función principal es asegurar una combustión idónea del combustible y una transformación adecuada de los gases, en el interior del catalizador. Con ello, se consigue una importante reducción de elementos contaminantes que perjudican al motor, optimizando el consumo de combustible y, en consecuencia, la protección de los catalizadores.
Su historia se remonta a la década de los 80 y su éxito se sustenta en haber demostrado ser el método más eficaz en la depuración de los gases de escape. Actualmente, unos 6 millones de vehículos en nuestro país disponen de catalizador, una cifra que se incrementa a medida que se renueva el parque automovilístico. Cada vez más, se imponen las normativas respecto a las emisiones de gases contaminantes y el medio ambiente, de tal manera que los fabricantes de automóviles están obligados a su estricto cumplimiento.
Básicamente, la función del catalizador es transformar los gases contaminantes en sustancias respetuosas con el medio ambiente. Para que este trabajo sea eficaz, la proporción aire-combustible ha de ser equilibrada. Es entonces cuando entra en juego el papel de la sonda lambda, la cual ha de mantener constantemente esta proporción: mesurando el contenido de oxígeno en los gases de escape y equilibrando el contenido aire-combustible en base a los datos obtenidos.
Si la sonda no funciona correctamente el catalizador verá mermado directamente su rendimiento. Este hecho, a su vez, comportará un aumento en el consumo de combustible y un mal funcionamiento del motor que aumentará la emisión de gases contaminantes. Llegados a este punto se estará incumpliendo la regulación medioambiental vigente por no cumplir con los parámetros de emisiones exigidos.
De ahí la importancia de realizar inspecciones periódicas y con cierta regularidad ya que, en ocasiones, un fallo en las conexiones de la sonda pueden provocar distorsiones en las señales que emite, independientemente de la antigüedad del vehículo.
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