La última vez que un hombre viajó a la Luna fue el 14 de diciembre de 1972. Los astronautas Eugene Cernan, Roland Evans y Harrison Schmitt fueron los que participaron en la misión Apolo 17. Fue la última, que clausuraba la expedición del hombre por tierras lunares tras tres años de viajes al satélite. Aunque el hombre no haya vuelto a la Luna desde entonces, su presencia persiste… y no es solo por la bandera desplegada por Neil Armstrong en 1969.
Los astronautas que participaron en las misiones del Apolo 15, 16 y 17 se dejaron allí tres vehículos lunares conocidos como los LRV (Lunar Roving Vehicle). La primera vez que se utilizó este tipo de vehículo fue con los astronautas Scott e Irwin, de la cuarta misión del Apolo en 1971, convirtiéndose en los primeros humanos en conducir por la Luna.
Los vehículos lunares que se diseñaron para las misiones fueron todo un avance tecnológico, que dio paso a vehículos que hoy día han llegado hasta Marte. Los LRV que siguen allí arriba en la Luna son vehículos eléctricos que cuentan con dos baterías no recargables de 36 voltios y pila de combustible de hidrógeno. Para surcar la superficie rocosa, estaban equipados con tracción a las cuatro ruedas.
Eran conocidos entre los trabajadores de la NASA como los “todoterreno del espacio”, capaces de circular a gravedad muy baja. Los materiales utilizados soportaban cualquier bache, polvo u obstáculo lunar. La NASA fabricó los vehículos lunares en colaboración con General Motors y Boeing.
El coste total de un LRV rondaba los 40 millones de dólares en aquella época y se tardaba alrededor de un año y medio para la puesta a punto. El diseño permitía peglar el LRV para poder encajarlo en la nave espacial y desplegarlo en la Luna en unos 20 minutos.
Pese a su elevado coste, los LRV que todavía siguen en la Luna permitieron a los astronautas explorar hasta cuatro veces más de terreno lunar que en las misiones del Apolo 11, 12 y 14 juntas. El LRV era capaz de transportar a dos astronautas con sus pesados trajes y herramientas necesarias sobre el terreno rocoso a unas temperaturas extremas, que pueden llegar hasta los -180ºC por la noche o los 120ºC durante el día.
Los LRV medían casi 2 metros de largo por 1,2 de ancho, un peso de unos 200 kg y un equipamiento muy simple pero práctico. No contaban con techo superior, los asientos eran de lo más rudimentarios, el control de dirección y la velocidad se controlaban desde un volante que era una especie de mango con forma de T.
Cada rueda tenía su propio motor eléctrico, de modo que si alguno fallaba podía seguir funcionando sin problemas. La tracción era ajustable, los astronautas podían usar la tracción a las cuatro ruedas, solo la delantera o la trasera.
La velocidad máxima de los vehículos lunares era de tan solo 9 km/h, aunque el astronauta Cernan llegó a alcanzar los 18 km/h, todo un récord de velocidad en la Luna. Los tres LRV que se dejaron allí realizaron cada uno de ellos un recorrido de unos 25 kilómetros de media. Siempre a una distancia de seguridad de 8 kilómetros del módulo lunar por si fallaba algo, pues así los astronautas podían volver andando antes de que su sistema de oxigeno y seguridad comenzase a agotarse.
Una vez realizadas las misiones, extraídos los materiales suficientes para su posterior análisis, los astronautas abandonaron los LRV en la Luna en perfectas condiciones. En 2009, la NASA envió un nuevo vehículo lunar mejorado llamado LRO (Lunar Reconnaissance Orbiter) que contaba con una cámara y otros instrumentos que permitían crear mapas con mejores datos así como imágenes en alta resolución.
En dicha misión, el vehículo llegó a localizar y fotografiar los LRV abandonados. Debido a las condiciones meteorológicas de la Luna, la variación de temperatura, la radiación solar o el deterioro de los materiales han podido dejar los LRV inutilizados aunque algunos ingenieros de la NASA mantienen la esperanza de resucitarlos algún día.