La década de los 60 estuvo inmersa en el mundo de los cohetes. El mundo vivía bajo la sombra de los enormes propulsores del Saturno V que, aparentemente, se habían desarrollado para la exploración espacial pacífica, pero que también sirvieron para extender el alcance del paraguas nuclear estadounidense. Dejando a un lado las intenciones, la promesa de un aterrizaje lunar y el pavor existencial impartido por el Sputnik, ¿te imaginas tener un cohete en el coche? Estamos hablando del Turbonique.
Este es, quizá, la de las mejores locuras como accesorio automotriz jamás desarrollado. ¿Pero qué hizo que la Turbonique fuera tan atípica? Es decir, siempre que consideres amarrar un motor de cohete a la parte trasera de un vehículo, llenarlo con un combustible que solo se puede tener bajo pedido y luego encender un fusible para que, de repente, recibas un empuje equivalente al de 1.300 CV. Comencemos con una de esas fascinantes historias de cómo “el sueño de un ingeniero hecho realidad”, aún con buena intención, fracasó estrepitosamente.
En 1962, un ingeniero llamado Clarence Eugene Middlebrooks Jr. fundó una empresa bautizada como Turbonique tomando como base su experiencia como contratista de defensa aeroespacial. Imagina el contexto por un segundo: este ingeniero pasó de ser diseñador de misiles balísticos (programa Pershing) a construir y vender “equipos de aumento de potencia” para automóviles. Y no cualquier cosa, sino cohetes adaptados para coches. Sí, tal cual, como lo lees. Era el óxido nitroso de los 60, pero la potencia adicional no se conseguía desde el motor, sino desde el eje.
De las primeras ideas de “Gene” en ese momento nació el “eje para dragTB-28”, esencialmente un conjunto de micro turbina que se iba a montar directamente en el eje posterior del vehículo (en la época, casi todos los vehículos eran de propulsión). La idea prevista era complementar la potencia del motor durante las carreras de aceleración(drag races) y evitar pérdidas inherentes de las configuraciones tradicionales con turbocompresor. La línea de productos de la compañía constaba de tres elementos: compresores, ejes con cohetes y motores de empuje microturbo.
Los tres emplearon la misma tecnología básica, pero uno estaba por encima del peldaño de otro. ¿La diferencia clave? En el combustible monopropelente. Y mientras que los turbocompresores recogen los gases de escape para hacer girar sus aspas, un compresor volumétrico normalmente se acciona por correa desde el motor. No es la solución de Turbonique. En cambio, la unidad de empuje microturbo era una especie de fuegos artificiales Catherine Wheel unidos a una turbina. Presiona un botón que encendía y el cohete montado en la zaga se ponía a girar 100.000 rpm.
Pero, como decíamos, este sistema empleaba monopropelente de nitrato de isopropilo, con un historial un tanto problemático. Al estar basados en la tecnología de los cohetes de vanguardia, tenían la tendencia a explotar.
Lo más común es que esto sucediera si el vehículo se sometía a una presión sobre el pedal del acelerador completamente abierto, lo sueltas y luego lo vuelves a presionar. Básicamente, esto convertiría al Turbonique y su combustible altamente inflamable en una bomba de relojería. Y sí, hubo más de un fuego artificial inesperado en las pistas.
Desafortunadamente, nunca llegamos a ver cómo evolucionó esta innovadora empresa, ya que el Middlebrooks Jr. fue arrestado solo seis años después de comenzar su empresa. Fue acusado de fraude relacionado con el hecho de que los ejes eran más difíciles y más costosos de instalar por completo en comparación a cómo se describía en la publicidad de la marca.
En la actualidad, los cohetes Turbonique son muy difíciles de encontrar, y son aún más extrañas como una unidad que no está unida a un coche; en subasta se han llegado a pagar más de 6.000 euros por ellas.
Si una vez encuentras uno y quieres usarlo, asegúrate de que tu testamento y seguro de vida estén actualizados.
Fuente: Donut Media, Motortrend
Galería de fotos: