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Christian Benjumea

Cuando Nueva York quiso prohibir los coches

Nos situamos a principios de la década de los 70 en Nueva York. Un joven empleado del Departamento de Tráfico para la ciudad, llamado Sam Schwartz, está entusiasmado con el proyecto rompedor que tiene entre manos.

La «Red Zone» (zona roja), forma parte de un conjunto de medidas para la mejora de la calidad del aire en la ciudad. Dentro de dicha zona, los coches particulares tendrían prohibido el acceso en todo el Midtown (centro de Manhattan) desde las 11 de la mañana hasta las 4 de la tarde. Algo realmente ambicioso tratándose de la gran metrópolis mundial.

Por aquel entonces, el coche era el medio más utilizado para moverse por la ciudad. Siendo el transporte público, y más concretamente la red de metro, asociada a altos niveles de delincuencia y degradación.

El ayuntamiento parecía dispuesto a seguir adelante con el proyecto de la «Red Zone». Ya se habían ordenado incluso las señales, y en el último momento el por entonces alcalde John Lindsay se echó atrás. Sin embargo, para Schwartz este sólo era el principio.

De todos los funcionarios que se vieron envueltos en los escándalos de corrupción en el Ayuntamiento de Nueva York en los 70, Schwartz no era uno de ellos. Algo que hizo ganarse el respeto del alcalde Ed Koch, quien lo incluyó entre sus hombres de confianza.

Schwartz (izquierda) con el Alcalde Ed Koch

Los embotellamientos eran cada vez mayores, afectando gravemente a la calidad de vida de los neoyorquinos.
Fue entonces cuando Schwartz diseño un plan para la prevención de embotellamientos.

Entre las medidas, prohibir la entrada a Manhattan a todos los vehículos con un sólo ocupante. Después del fracaso de la Red Zone, Schwartz volvió a intentarlo en 1973. Pero esta vez la medida era menos radical, en vez de prohibir los coches se impusieron unos peajes de acceso en función del nivel de congestión de la ciudad.

A los neoyorquinos no les hacía tanta gracia pagar por utilizar un acceso que habían utilizado durante tanto tiempo de manera gratuita. No obstante, y de manera sorprendente, tanto los Demócratas como los Republicanos se pusieron de acuerdo en que dichos peajes eran necesarios para regular el tráfico de la ciudad.

El segundo gran plan de Schwartz, pasaba por promover la peatonalización de zonas céntricas bastantes concurridas.

Con el alcalde John Lindsay, se pretendió cerrar la mítica Broadway a la altura de Herald Square. Lugar donde se encuentran los famosos grandes almacenes de Macy´s. La propia dirección del centro comercial presionó al ayuntamiento para que diese una vez más un paso atrás. Y es que los niveles de criminalidad estaban por las nubes y se tenía la convicción de que un espacio público abierto no era para nada una buena idea.

La reducción de la delincuencia durante la alcaldía de Rundolph Giuliani, propició que se volviese a hablar de la creación de espacios públicos ajenos al tráfico de vehículos.

Si antes era impensable la idea de un espacio como Broadway cerrado al tráfico, fue con el alcalde Bloomberg que esto acabó materializándose. Al temor del impacto que tendrían los espacios abiertos en la vida de la ciudad, una gran parte de los neoyorquinos coinciden en que estos han mejorado significativamente sus vidas.

Times Square

El último gran desafío de Schwartz fue impulsar la creación de carriles bici. Las circunstancias se le volvieron en contra debido a surrealistas sucesos como tres mujeres que supuestamente murieron atropelladas por bicicletas, así por la presión de la oposición. Los carriles bicis no llegaron a durar más que dos meses.

Sin embargo, dos décadas después de aquel sonado fracaso, los carriles bici acabaron transformando completamente el tráfico de la ciudad.

Schwartz no oculta su admiración al trabajo realizado por Janette Sadik-Khan. Asesora en materia de transporte con el alcalde Bloomberg, llevó a cabo muchos de los propósitos de Schwartz: plazas peatonales, carriles bici protegidos, carriles bus-vao… .

Hoy Schwartz, ya retirado de la función pública, gestiona su propia consultora de ingeniería, en cuyo despacho cuelga una de esas señales de prohibición asociada al proyecto de la red zone.

Un recuerdo de como una ciudad como Nueva York estaba a punto de prohibir los coches.

Fuente: The Guardian 

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