Una máquina calculadora libre de emociones. Esa es una de las perspectivas más comunes que se tienen de Niki Lauda. Una idea un tanto equivocada que ganó fuerza tras su dramática batalla por el Campeonato del Mundo de Fórmula 1 de 1976, cuando la multitud británica se amotinó en su contra tras una colisión en la primera vuelta con su compañero de equipo en Brands Hatch que amenazó con eliminar a James Hunt de la carrera.
Detrás de una fachada de franqueza directa, el temperamento de Niki Lauda era muy distinto al mostrado en el guion del largometraje Rush (2013), interesado en establecer un duelo de opuestos. Aunque el piloto austriaco optó por no alimentar el apetito de la prensa sensacionalista, no era tan distinto de Hunt. Desde la llegada a los circuitos de sendos aspirantes al título del Gran Circo, su rivalidad mejoró de forma sana desde sus días en Fórmula 3.
Ambos comenzaron su vida como jóvenes con sed de victoria y éxito y, cada uno a su manera, eran unos rebeldes. Rechazando las comodidades de afluencia vienesa en las que se había creado, Lauda tomó todo lo que pudo de su familia en cuanto a términos financieros se refiere. Nunca recibió el apoyo de su misma sangre pero, poco a poco, comenzó a escalar en el mundo de la competición, y estaba dispuesto a lograr sus ambiciones fueran cuales fuesen los impedimentos.
Desde el puesto de conducción, Lauda logró 25 victorias en 171 arranques de gran premioy tres campeonatos mundiales al volante de los coches de dos equipos diferentes. Estas cifras están a la altura de los mejores del mundo, tan solo por detrás de Michael Schumacher, Juan Manuel Fangio, Lewis Hamilton y Alain Prost. ¿Cuánto más podría haber ganado de no haber visto su carrera interrumpida en el terrible accidente del viejo Nürburgring en 1976?
Enzo Ferrari, propietario del coche que conducía en ese momento, pensó que sabía la respuesta. Si el austriaco se hubiese quedado en la escudería en lugar de irse a Brabham después de haber ganado su segundo título en 1977, podría haber conseguido muchos más. Al menos los suficientes para igualar a los cinco de Fangio, y todos ellos en los coches del cavallino rampante, según llegó a manifestar Ferrari.
“Trabajó como un profesional”, escribió años después. “Era meticuloso en su preparación y en la de su coche, algo por lo que demostró un don natural e instintivo”. Pero otros aspectos de su naturaleza competitiva también fueron mal vistos por “Il Commendatore”, a quien no le gustaba la firme postura de Lauda en las negociaciones contractuales y se refería a él en privado como “l’ebreo” (el judío).
Ferrari estaba acostumbrado a los conductores que mostraban una gran gratitud por tener la oportunidad de conducir sus bólidos rojos. En el caso de Lauda, el agradecimiento fue mutuo al restaurar el orgullo de Maranello al ganar el título mundial de 1975, en su segundo año con el equipo. Pero, cuando después del fatídico accidente de Nürburgring, Ferrari decidió contratar a un reemplazo –Carlos Reutemann– y ofrecerle un puesto de gerente en el equipo de cara a la próxima temporada, se sintió traicionado.
Lauda no acusó a Ferrari de ser poco sentimental. Nadie podría ser menos sentimental que él mismo; sólo quería ayuda para volver a pilotar lo antes posible. Después de haber firmado un contrato para la temporada de 1977, se mantuvo firme en su asiento con Ferrari. Meses más tarde de haber conseguido su segundo título, salió de la escudería italiana para unirse a Brabham, bajo la tutela de Bernie Ecclestone.
El título de 1984 se decidió por un margen de tan solo medio punto entre Niki Lauda y su más joven compañero de equipo, Alain Prost
Tras dos temporadas poco alentadoras, Lauda consideró que ya había llegado el momento de retirase de la competición pero, en 1982, volvió. A pesar de haber fundado su propia aerolínea –Lauda Motion– y querer dedicarse a tiempo completo por y para ella, aún sentía que su carrera como piloto aún no había terminado. McLaren aceptó que Lauda pilotase uno de sus coches y, en 1984, ganó su tercer y último título.
Una fuerte mentalidad competitiva que también le costó su primer matrimonio. De la misma forma que pensó Enzo Ferrari, Marlene Lauda no creía en su regreso a las carreras después del accidente. Sin embargo, tan pronto se casó, volvió a los circuitos. Cinco años después se divorciaron. El piloto austriaco tenía sed de victoria, focalizándose en aquello en lo que realmente creía: ser el mejor piloto de su época.
¿Era Lauda un genio al volante? Con 24 años de edad subió de una BRM en declive que le acabó suponiendo un contrato con Ferrari. En un par de años ya había ganado su primer título mundial, y lo había hecho de una forma que establecía su calidad más allá de toda duda. A lo largo de su carrera, venció a grandes hombres. Hombres que también acabarían siendo recordados por sus dotes en las pistas, como Emerson Fittipaldi, Jody Scheckter o Nelson Piquet.
Niki Lauda era un hombre sin un ápice de narcisismo. Entró a la Fórmula 1 compitiendo con pilotos que parecían y actuaban como estrellas de Hollywood, y él se hizo distinguir sobre los demás. Tras el accidente, se negó a recibir cualquier tipo de cirugía estética en una cara marcada y descolorida fruto del pasto de las llamas, convirtiéndose en una figura aún más distintiva. Junto a una gorra de su patrocinador principal, Lauda no era un tipo de estilo casual, era un hombre que creía en sí mismo sin importar lo que los demás pensaran.