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New York 1900 02
Luis Ramos Penabad

La gran crisis del estiércol (o por qué resolveremos los problemas de movilidad futuros)

Estamos en un momento de transición en la forma en que nos movemos, sobre todo en los entornos urbanos. La Unión Europea se ha planteado el fin progresivo de los coches de combustión y ha fijado unos límites para que en, 2030, los coches reduzcan sus emisiones de manera bastante drástica, un 37,5% menos que lo que contaminen en 2021. Un objetivo que no se podrá lograr si no es con una apuesta decidida por la electrificación.

Los fabricantes han puesto el grito en el cielo y defienden el estado actual de las cosas esgrimiendo pérdidas de puestos de trabajo y subida en el precio de los coches, además de que no hay infraestructuras de recarga. No podemos negar que hay bastante de cierto en estas aseveraciones, pero las profecías no siempre se cumplen. Hay múltiples datos en la historia de la humanidad, ya que siempre se basan en datos del presente… y en el futuro siempre pueden ocurrir cosas que rompan las tendencias.

Un aumento del precio del petróleo debido a su escasez (que ojo, llegaré en cualquier momento) hará de golpe competitivos a los coches eléctricos. El mercado responderá a este incentivo de manera más rápida y los fabricantes de vehículos ajustarán sus inversiones en investigación y desarrollo hacia esos nuevos productos. Sí, hoy todavía «sale a cuenta» comprar un vehículo de combustión, pero el precio de las baterías sigue cayendo y, según un informe de BNEF,  el coste del kWh en 2030 será de unos 73 dólares, cuando en 2010 era de 1.000 $.

Los amantes de los coches podemos rasgarnos las vestiduras, pero la electrificación del transporte es inevitable. Son cambios que se producen de vez en cuando en las sociedades y tenemos un ejemplo en la crisis que ocurrió hace un siglo, que los historiadores conocen como la gran crisis del estiércol.

El el siglo XIX la ciudades dependían de miles de caballos para su funcionamiento diario. Todo el transporte lo hacían ellos. En 1900, Londres contaba con 11.000 taxis, todos con motor animal… y varios miles a «autobuses» movidos por 12 caballos cada uno. 50.000 caballos para mover a la gente, a los que había que añadir los que movían carros de carga de mercancías. Eso en Londres, que entonces era la ciudad más grande del mundo. Pero en el resto de urbes ocurrían lo mismo, a escala menor.

Todos esos miles de caballos producían enormes cantidades de estiércol, entre 10 y 15 kg por caballo al día. Las ciudades se convirtieron, literalmente, en un estercolero, lo que atraían moscas y enfermedades. Hay cálculos que indican que en 1.900 la ciudad de Nueva York (bueno, sus 100.000 caballos) generaba diariamente casi una tonelada y media de estiércol, que debían ser barridas y eliminadas.

En 1898 se celebró una conferencia de planificación urbana. Después de tres días debatiendo, ninguno de los expertos vio la solución a este problema galopante. Y es que, para que las ciudades fuesen más prósperas, necesitaban cada vez más caballos, lo que hacía el problema del estiércol mayor… y el de los costes: cada vez había que dedicar más tierra para producir heno para alimentarlos (que debía ser llevado a la ciudades en carros tirados por caballos) y había que dedicar también un espacio enorme para establos… en lugares con el metro cuadrado a precio de oro.

Tanto coste de alimentación y alojamiento dio pie a que se buscasen alternativas. Y ahí, empresarios como Karl Benz y Henry Ford encontraron una salida para que nuestra civilización sobreviviese: los vehículos motorizados. En 1912, el problema aparentemente insuperable había sido resuelto.En ciudades de todo el mundo, los caballos habían sido reemplazados por vehículos motorizados. Tampoco contaban con infraestructura donde repostar, generaban un sinfín de dudas y suspicacias… y ahí los tenemos ahora, queriendo evitar que colapsen nuestras ciudades y las llenen de un humo que perjudica seriamente la salud de todos.

La moraleja es que, en una economía de mercado como la nuestra, a medida que un recurso se vuelve más costoso, más sencillo será que el ingenio humano encuentre una alternativa. A nadie le gustan las restricciones en materia de movilidad y aparcamiento de las ciudades, pero ensegudia han aparecido fórmulas de carsharing para que las ciudades no se paren. Y surgirán otros métodos de transporte que ahora no podemos ni imaginar mientras existan en nuestra sociedad mecanismos que primen la innovación y el libre intercambio a la planificación.

Fuentes: Historic-UK, A History of New York City to 1898

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