Bob Lutz ha sido uno de los grandes nombres de la industria automotriz. Su trayectoria ha sido especialmente prolífica en Estados Unidos, pues tuvo puestos de responsabilidad en los tres grandes fabricantes de allí: Ford, Chrysler y General Motors. Aunque ya está retirado del mundo empresarial, nos sigue dejando historias de lo más curiosas de sus años en activo. En este caso ha contado cuando Chrysler quiso hacer un Imperial para Lamborghini.
Fue en 1987 cuando la marca americana, bajo el mando de Lee Iacocca, adquirió a la firma de Sant’Agata por unos 25 millones de dólares (unos 23 millones de euros). La idea inicial era explotar su gran valor de marca, a Iacocca no le interesaba por sus ventas. Durante esa época casi se llega a la desaparición de Lamborghini, pues no había demasiado interés en preservarla ni en su herencia. Lo que se propuso era hacer versiones de alto nivel con el logotipo del toro de los modelos de Chrysler.
Inicialmente el proyecto no convencería ni a Lutz ni a otros como Tom Gale, vicepresidente de diseño. Pero ambos acordaron seguirle la corriente al jefe para que incluso él se pudiera dar cuenta de la locura que suponía hacer ese vehículo. Así que se pusieron manos a la obra escogiendo la plataforma K de la época, la que mayor distancia entre ejes ofrecía, con motor transversal y tracción delantera. El modelo base para hacer esa «Lamborghini Edition» no fue otro que el Chrysler Imperial que ilustra este artículo.
Se procedió a bajar la altura del chasis, a pintar su carrocería de un llamativo color rojo (incluyendo la parrilla) y a poner llantas y neumáticos Lamborghini. En el interior se mejoró quitando el terciopelo original y poniendo cuero de buena calidad por los cuatro costados. La insignia de Lamborghini estaba por todos lados, incluso bordada en los reposacabezas. El resultado, en palabras de Lutz, es que a pesar del esperpento era la versión más atractiva del modelo que había visto en su vida.
Por suerte, los derroteros de Chrysler cambiaron y decidieron utilizar Lamborghini para otro cometido. François Castaing, ingeniero jefe que tenía experiencia en competición de su anterior etapa, consiguió convencer a Iacocca para invertir en un equipo de Fórmula 1. Tener el completo supondría una inversión de 200 millones de dólares (casi diez veces más de lo que les había costado la marca), así que al principio se tuvieron que conformar con la provisión de motores para equipos privados. Esa medida, que contó con la aprobación de Lutz, terminó siendo un poco desastre. En los seis años ninguno de los monoplazas con motor Lamborghini ganó una sola carrera
De forma paralela, en Chrysler estaban trabajando en un modelo que sí que triunfaría. Avanzaban en el proyecto del Dodge Viper, un ejemplar realmente carismático que estuvo a la venta hasta hace poco. Se toparon con el problema de la mecánica, pues el V10 de 8.0 litros tomado de la RAM era demasiado pesado y se quedaba en una potencia de 300 CV. Los ingenieros de Lamborghini hicieron posible que esa mecánica fuera más ligera con el uso del aluminio y superase la barrera de los 400 CV, todo con un presupuesto bastante ajustado.
Y la crisis llegó a Chrysler obligando a Iacocca a deshacerse de algunas de las marcas que había ido atesorando en los últimos años. Eso incluía a Lamborghini, que fue adquirida por Megatech (los propietarios de Vector), antes de que en 1998 pasara a las manos del Grupo Volkswagen. En estas dos décadas ha sido recuperada y sus ventas han aumentado sustancialmente, pero seguro que no han dado para historias tan curiosas como esta de la etapa de Chrysler.
Fuente: Road&Track