Mucho antes de que Mitsubishi empezara a fabricar automóviles la empresa japonesa fue la responsable de una de las historias más curiosas y dramáticas de la historia de Japón. Dentro del panorama insular del país nipón hubo un espacio para el establecimiento de una isla de Mitsubishi que, durante más de 100 años, fue un buen ejemplo de crecimiento e industrialización, pero también de explotación y esclavitud.
Los comienzos de Mitsubishi
Iwasaki Yatarō fue el fundador de la empresa japonesa en 1870, si bien en sus inicios era principalmente una compañía naviera de diversos nombres hasta que, en 1873, ya incluyó la palabra Mitsubishi. La empresa de los tres diamantes (eso significa Mitsubishi) contaba con una pequeña flota de barcos de vapor que realizaban envíos de importación y exportación. Este es otro ejemplo de empresas automovilísticas que llevan a cabo trabajos que no tienen nada que ver con el mundo del motor, como Lexus, Volkswagen o Bentley.
La empresa fue creciendo, así como su flota, hasta alcanzar grandes dimensiones, lo que suponía un importante gasto de carbón. Este problema fue en gran parte resuelto gracias al descubrimiento de una veta subacuática de carbón bajo la isla de Hashima. En 1980, la compañía nipona la compró para la explotación de sus recursos estableciendo la isla de Mitsubishi.
Hashima, la isla de Mitsubishi o la isla del Acorazado
Japón se conforma como un estado insular compuesto por 6852 islas, lo que explica la importancia del transporte marítimo. El crecimiento de Mitsubishi fue constante gracias a sus barcos pero, también, debido a la gran cantidad de carbón que conseguían extraer de la isla de Hashima.
La isla se convirtió en la mayor explotación de carbón marino de Japón, y su auge se englobó en la rápida industrialización que vivió el país. El crecimiento nipón fue vertiginoso, aunque en algunos casos tuvo dramáticas consecuencias en distintos aspectos. Por ejemplo, la realidad insular del país, sumada a la orografía extrema, llevó a la construcción de diques y pasarelas que trataban de ganar espacio al mar en una decisión mediambientalmente cuestionable.
Esto se vivió también en la isla de Mitsubishi, que fue rodeada por diques de hormigón a modo de muralla y que se introducían varios metros dentro del mar. La isla llegó a duplicar su tamaño cuando terminó el proceso de ampliación antes de la década de los veinte. Su imagen aérea, recortada por estos muros en una característica forma, es lo que le dio el sobrenombre de Gunkanjima (isla del Acorazado) por sus similitudes con un buque de guerra.
Esta similitud se vio aumentada debido a diversas decisiones urbanísticas que se tomaron. El crecimiento industrial de la isla supuso un aumento exponencial de la población que se trasladó hasta allí. Para darles alojamiento, Mitsubishi comenzó a construir grandes edificios de hormigón. El primero se levantó en 1917, de siete pisos y pensado para albergar mineros, y supuso el primer gran edificio de hormigón armado de Japón. El empleo de este material se debía a que tenía que hacer frente a los tifones que solían asolar esa zona.
Durante las siguientes décadas se construyeron multitud de edificios, tanto residenciales como de ocio o servicios (supermercados, bares, cines, piscinas…), hasta prácticamente acabar con todo el espacio disponible de la isla de Mitsubishi. De hecho, otro de los nombres que se asoció a ella fue el de ‘isla sin verde’, ya que el hormigón no había dejado espacio a la vegetación.
Su mayor pico de población llegó en 1959, cuando alcanzó la cifra de 5.259 habitantes. Con sus dimensiones de 400 metros de largo por 150 de ancho, la isla de Mitsubishi se convertía en uno de los lugares del planeta con mayor densidad poblacional. Pero, para entonces, los más terribles sucesos del lugar ya habían tenido lugar.
Terror en la isla
La primera mitad del siglo XXI fueron, posiblemente, los años más convulsos de la historia de la humanidad. Japón no se mantuvo ni mucho menos al margen de esta situación y se mostró muy activo: colonizaron Corea, invadiendo China y tomando partido tanto en la Primera como en la Segunda Guerra Mundial.
Esta situación también tuvo su influencia en la isla Hashima donde, desde 1930 hasta el final la Segunda Guerra Mundial, se emplearon como esclavos ciudadanos coreanos y prisioneros de guerra chinos en las minas de carbón. Principalmente durante la década de los cuarenta, con muchos japoneses destinados al frente, se intentó cubrir esas bajas con trabajadores forzados.
Las crónicas de algunos de ellos hablan de hambre, golpes, derrumbamientos y jornadas interminables. Los cálculos hablan de que pudieron llegar a morir hasta 1.300 de estos esclavos debido a las situaciones infrahumanas en las que vivían y trabajaban. También hay testimonios que cuentan que algunos se lanzaban al mar, desesperados, con la intención de llegar hasta la isla de Nagasaki. En la mayoría de los casos, los 20 kilómetros que los separaban de su destino se hacían insalvables.
El trabajo de estos esclavos para mantener la industria minera fue clave para la posterior prosperidad de la isla. A la gran densidad poblacional del lugar había que sumar unos importantes salarios (sobre todo para los trabajadores de Mitsubishi y no tanto para los mineros) que permitían al lugar tener una de las mayores ratios de radios y televisores por habitante de todo el país. En el lado contrario se encontraban los problemas de espacio y de confinamiento. Además, curiosamente, en la isla de Mitsubishi no había coches, ya que era imposible que tuvieran por dónde circular.
La isla de Mitsubishi en la actualidad
El éxito de Hashima finalmente llegó a su fin. La isla, que había hecho frente a multitud de problemas (como su espacio, su localización, la profundidad de las vetas de carbón…) finalmente se encontraba un enemigo al que no fue capaz de vencer: el petróleo. A partir de los años sesenta el carbón fue dejando su lugar al petróleo como combustible más importante y eso supuso una progresiva desaparición de los trabajadores de la isla de Mitsubishi. Finalmente, en 1974, quedó desierta después de que se cerrara completamente la mina.
Sin embargo, su historia no acabó ahí, ya que vivió una segunda juventud que llega hasta nuestros días. Tras su abandono, fueron muchas las personas que querían ir a visitarla, atraídos por su impresionante paisaje grisáceo y duro del hormigón. La ciudad ha permanecido en pie, aunque la vegetación ha ido comiendo terreno y se deja ver y crece a través de las grietas de sus edificios y murallas.
La isla siguió perteneciendo a Misubishi hasta 2002, cuando la compañía se la entregó a la ciudad de Takashima, que posteriormente fue absorbida por Nagasaki. Estos restauraron las maltrechas murallas y abrieron la isla al público masivo, llegando a conseguir ser declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco. Hashima se ha convertido en una de las paradas obligatorias de una visita al país nipón. Los barcos no dejan de recorrer el espacio que la separa de Nagasaki para que los curiosos paseen por sus calles y sus edificios, congelados desde hace más de 40 años.
Pero la polémica no ha desaparecido del todo. La declaración patrimonial de la Unesco venía relacionada con la historia de la isla, en la que se incluyen los casos de trabajos forzados. Esta realidad parece ser omitida en los relatos japoneses, por lo menos según Corea, que ha pedido a la Unesco que retire la declaración del lugar.
La isla del Acorazado en el cine
Hashima ha terminado por atravesar los muros de la historia para colarse en los de la ficción. La memoria de la isla ha sido recuperada en gran parte debido a su aparición en distintas películas. Estas han conseguido hacer más famoso al lugar y que cada vez más personas quieran ir a conocerlo.
La más importante de todas las películas que se han grabado en la isla de Mitsubishi es Skyfall, el filme de la saga James Bond. La antigua ciudad minera sirvió como refugio del villano de la película, el español Javier Bardem. Sus estructuras de hormigón eran el escenario perfecto para retratar al malvado oponente de 007.
En 2017 se estrenó otra película también rodada allí: The Battleship Island. En este caso, la cinta estaba más pegada a la realidad del lugar, ya que contaba el intento de fuga de unos trabajadores coreanos forzados a trabajar en la isla durante los años cuarenta.