Matsuda y Mukainada. Dos nombres íntimamente ligados a la historia de Mazda, un hombre y un lugar que hicieron surgir el espíritu de superación de la compañía desde sus inicios y que hoy se ve reflejado en sus modelos. Una filosofía de vida que, aún con muchas trabas de por medio como la caída de la bomba atómica en la ciudad natal de la marca en Hiroshima, ha servido no solo para sobrevivir, sino para ser mejor que el resto manteniendo un carácter único.
La superación de los retos fue una gran parte de la vida de Jujiro Matsuda, incluso antes de ese fatídico día de 1945. Nacido en 1875 como el duodécimo hijo de un humilde pescador en la urbe de Mukainada, en la Prefectura de Hiroshima, era difícil de esperar que el joven Jujiro ascendiera más allá del oficio de pescador, un trabajo que practicó durante su infancia después de que su padre muriera cuando solo tenía tres años. Pero Matsuda tenía cosas importantes en mente, no se quedaría conforme únicamente trabajando como pescador durante el resto de su vida.
A los 13 años, partió solo a Osaka, a unos 300 kilómetros de la casa de su infancia, para ser un herrero. Con 20 años, abrió su primer taller de trabajo de metales. A los 31, su propia invención, la bomba Matsuda patentada, había traído cierta prosperidad al ingeniero y a su familia. En su apogeo, la empresa “Matsuda Works” tenía a unas 4.000 personas en nómina y hacía mechas de artillería para el zar ruso. Pero cuando el fundador quiso expandir la producción a su ciudad natal, la oposición que encontró de sus copropietarios lo llevó a dejar su propia empresa.
Una vez más, Matsuda se enfrentó a la adversidad con ganas de comenzar de nuevo y forjar su propio camino. Echando la vista atrás, recuerda: “No pisé nada más que caminos espinosos y rocosos. Estaban llenos de dificultades y de agonía. Pero caminé derecho, herido, respirando con dificultad. A veces cegado, caminaba derecho”. Para seguir ese camino inhóspito, Matsuda confió en sí mismo y en los demás. “Mi vida es una vida de confianza; ahí radica mi más profundo agradecimiento”. Esta confianza finalmente dio sus frutos unos pocos años más tarde.
Después de vender otra exitosa empresa de metalurgia, Matsuda hizo su fortuna: un pescador, convertido en herrero, convertido en empresario. Cuando se le acercó al aún joven empresario en 1921 para que ayudara a revitalizar a Toyo Cork Kogyo, un fabricante de productos de corcho en apuros que él y un grupo de otros inversores habían comprado el año anterior, una vez más aceptó el desafío. Matsuda se convirtió en el director de la empresa y, rápidamente, comenzó a trasladar el negocio del corcho, prosperado tras las restricciones de la Primera Guerra Mundial.
Pero la demanda comenzó a flaquear velozmente. Después de que en 1925 un incendio acabara con la fábrica, Matsuda decidió comenzar de nuevo dirigiendo el negocio a una nueva dirección: metalurgia, naturalmente. La nueva división de construcción de maquinaria pronto se convirtió en el negocio principal de la compañía, hasta que Matsuda reveló el siguiente as en la manga: el Mazda-Go, un pequeño camión de tres ruedas y la primera incursión de la compañía en el sector de la automoción. Por supuesto, sabemos que este estaría lejos de ser el último en llegar.
El hecho de que Mazda finalmente se convirtiera no solo en la marca, sino también en el nombre de la empresa en 1984, puede verse como una indicación del éxito del vehículo de tres ruedas. La palabra en sí no solo recuerda al apellido Matsuda, sino que también hace referencia a AhuraMazda, dios persa de la luz y la sabiduría. Toyo Kogyo había anotado un gol. Las 10 unidades que se producían por día, de hecho, no eran suficientes para satisfacer la demanda. El “triciclo” nipón se diseñó para transportar mercancías a través de las estrechas calles de las ciudades de Japón.
También venía con innovaciones técnicas como un motor de cuatro tiempos, que eran puro lujo en esa época. Al igual que con su bomba, y muchas más veces en los años venideros, Matsuda decidió desafiar las convenciones y ganó. Incluso había planes para lanzar un automóvil de cuatro ruedas en 1940, pero la Segunda Guerra Mundial puso fin abruptamente al proyecto. Y luego, cinco años después de la guerra, cayó la bomba y el mundo en Hiroshima se detuvo en seco.
Mukainada, el suburbio de Hiroshima donde estaba ubicada la fábrica de Toyo Kogyo, está a unos cinco kilómetros del sitio de caída. Y a las 8:15 am, Matsuda ya estaba en camino de regreso a los terrenos de la compañía. Fue este hecho lo que salvó su vida y su empresa de la destrucción total. El coche de Matsuda salió disparado de la carretera por el impacto de la bomba, pero él y su conductor salieron relativamente ilesos. Aunque la sede de la empresa estaba en ruinas, el daño estructural en los terrenos de la fábrica en Mukainada fue bastante mínimo.
Sin embargo, el coste emocional fue enorme. En un instante, 80.000 personas murieron, entre ellas muchos empleados de Toyo Kogyo. Innumerables más resultaron heridos, habían perdido sus hogares o sus familias. La desesperación en estas circunstancias parecería una respuesta muy natural. Pero de eso no está hecha la gente de Mukainada. En una hazaña de determinación impávida, la ciudad comenzó a levantarse por sí sola, y la familia Matsuda estaba preparada para hacer su parte.
Primero, Jujiro y su hijo Tsuneji, para entonces parte de la empresa, se dedicaron a aliviar las necesidades inmediatas de la comunidad. Entre otras cosas, la planta de Mukainada se convirtió en un hospital improvisado, un ayuntamiento, una comisaría de policía, un juzgado y una oficina de periódicos, y los empleados ayudaron a los ciudadanos a reunirse con sus familias. Cuatro meses más tarde, la empresa estaba lista para volver a fabricar los motocarros; los esfuerzos nacionales de reconstrucción catapultaron la demanda de vehículos de carga a niveles inéditos.
El negocio iba, de nuevo, viento en popa. Pero lo que ocurrió después del ataque a Hiroshima cambió la empresa para siempre. La ciudad y la compañía habían vivido esa experiencia juntas y habían logrado plantar cara a la adversidad y ganar. Como resultado, nació una determinación férrea de afrontar los retos y no rendirse que todavía hoy sigue siendo la marca de carácter de Hiroshima y de Mazda. El “espíritu de Mukainada” al que se refiere evoca el resurgimiento de entre las cenizas de una metrópolis devastada por una bomba de épicas consecuencias.
Ese espíritu estaba impreso en el ADN de Matsuda, y su hijo, Tsuneji Matsuda, siguió sus pasos. Había participado activamente en la reconstrucción después de la guerra, y la determinación y la valentía de las que fue testigo ejercieron una profunda influencia en él. Cuando en 1951 tomó las riendas de Toyo Kogyo, la empresa había crecido gracias a los Mazda de tres ruedas y a varias furgonetas de cuatro, pero el heredero del legado tenía los ojos puestos en el segmento de los turismos, pudiendo ofrecer un vehículo no solo a empresas y mercantes, también a familias.
Su momento llegó en 1960: Toyo Kogyo lanzó el Mazda R360 Coupe, un kei car que arrasó en Japón. Estos vehículos ultracompactos habían recibido el apoyo del gobierno japonés por su capacidad para reducir la congestión del tráfico, y el nuevo modelo de Mazda destacaba sobre otros de su mismo segmento por ser un coupé y por innovaciones técnicas como su arquitectura ligera. Esta combinación era justo lo que necesitaba en aquel momento una clase media en auge: en 1963 la producción total alcanzó el millón de unidades y, en 1966, ya la había duplicado.
Pero no fue un camino de rosas. En el tiempo que estuvo al frente de Mazda, Matsuda hijo tuvo sobradas ocasiones de poner en práctica su propia versión del “espíritu de Mukainada”. Durante la década de 1960, el Estado presionó a los pequeños fabricantes para consolidar sus negocios en corporaciones más grandes para estar en mejor situación de competir a nivel internacional. Nissan, Toyota o Mitsubishi se convirtieron en el destino de muchos de ellos, pero Mazda estaba dispuesta a defender su legado y siguió el camino, pedregoso pero independiente desde 1920.
La solución le llegó de la mano de un ingeniero alemán que tenía un invento revolucionario: Felix Wankel y el motor rotativo. En 1961, Mazda firmó un acuerdo con la empresa alemana NSU, que había adquirido las patentes de la tecnología. La idea era que, si Toyo Kogyo ofrecía un producto lo bastante único, podría mantener su independencia. Sí, era una apuesta arriesgada, máxime cuando el motor rotativo no estaba siquiera listo para ser montado en un coche de producción. Pero, como ha ocurrido a lo largo de la historia de Mazda, esta audacia tuvo su recompensa.
“A los políticos les encantó la idea y dieron luz verde a la inversión”, recuerda Kenichi Yamamoto, el ingeniero responsable de convertir el motor rotativo en un producto maduro para el mercado. Los modelos rotativos, como el Cosmo Sport 110 S o el RX-7, ayudaron a Mazda a irrumpir en la escena internacional, y siguen encontrándose hoy en día entre los modelos más icónicos de la historia de la marca. Hasta la llegada de un nuevo modelo que parece difícil en un futuro cada vez más electrificado, el RX-8 tiene el honor de ser el último coche producido con motor Wankel.
La saga Matsuda abandonó las riendas de la empresa en 1977. Kohei Matsuda, el hijo mayor de Tsuneji, que se implicó mucho en el proyecto del motor rotativo desde un principio, asumió la presidencia en 1970. Al igual que su padre, quería seguir desarrollando la nueva tecnología, pero la crisis del petróleo fue un verdadero mazazo para el proyecto. A pesar de que la tercera generación del clan Matsuda había iniciado el proyecto que terminaría por consolidarse con el mítico Mazda RX-7, Kohei dimitió antes de que el concepto llegase a las calles de Japón.
Aunque Mazda ya no está en manos de los Matsuda, el espíritu que insuflaron en la compañía sigue muy vivo. La sede sigue estando en Mukainada, de hecho, y en el momento en el que surge alguna contrariedad, la historia y la mentalidad que representa este lugar recuerda a todos los empleados de Mazda que deben apartarse del pensamiento convencional y buscar con audacia nuevas soluciones. Para un fabricante relativamente pequeño, hallar sus propias soluciones independientes no es tarea fácil, como sabemos, pero, al final, siempre acaba valiendo la pena.
Fuente: Mazda
Galería de fotos: