Se suele decir que hay que luchar para conseguir tus sueños, pero quizás algunas personas van demasiado lejos para lograrlo. En el mundo del motor, son muchos los sacrificios que se deben hacer para llegar a los más alto.
Pero ni eso es suficiente, hace falta una buena capacidad económica o un patrocinador que apueste fuerte. Si se carece de todo esto, sólo quedan métodos poco legales y recomendables. Este camino es el que eligieron nuestros protagonistas: los pilotos traficantes de drogas.
Podría parecer algo anecdótico, pero la realidad es que han sido varios los casos en los que personas han decidido financiar sus equipos mediante la compra-venta de sustancias ilegales. Participantes de la NASCAR,Indy 500, BTCC o, incluso, ganadores de las 24 horas de Le Mans han cruzado la frontera de la delincuencia para conseguir un asiento en una de estas carreras.
Pilotos de día, traficantes de drogas de noche
Las competiciones automovilísticas requieren un gran esfuerzo. Por ello, los participantes deben llevar a acabo una importante preparación para estar a punto y ser capaces de lograr superar el reto. Es necesaria una dedicación plena y absoluta y, sin embargo, ha habido algunos pilotos que han sabido compaginarlo con otros trabajos, por ejemplo, ser traficantes de drogas.
Este es el caso de John Paul Sr., un piloto estadounidense que, tras conseguir una titulación en Harvard, hizo una pequeña fortuna administrando fondos. La cuestión aquí es de qué tipo eran esos fondos y la respuesta es que eran fruto del tráfico de marihuana.
El negocio debía ser bastante exitoso porque permitió a John Paul Sr. hacer equipo con su hijo y disponer de uno de los coches más potentes cuando, en los años sesenta, decidió meterse en el mundo del motor. Destacaba la no presencia de publicidad en sus preciosos coches azules con remates amarillos. Tras varias victorias en la SCAA, decidió probar suerte en las 24 horas de Le Mans en 1978. Quién sabe de qué se alimentaba su bólido, pero John consiguió la victoria en la categoría IMSA GTX.
También éxito consiguió Vic Lee con su equipo al vencer en el Campeonato Británico de Turismos (BTCC) con un BMW M3. Él era el propietario, no era el que iba al volante, pero sí que llevaba el mando cuando la policía lo paró con 19 kilos de cocaína en otro M3.
Raymond Parks, por su parte, tampoco pilotaba, prefería centrarse en sus negocios de contrabando y en las licorerías y máquinas expendedoras de dinero que le permitieron crear una buena fortuna. Para elevar a todo lo alto a su equipo automovilístico, decidió apostar por aquellos que ya le habían hecho triunfar.
Al volante de sus coches situó a varios contrabandistas que ya debían estar acostumbrados a la velocidad para escapar de la policía. Sin embargo fue Bill France quien permitió a Parks ser el propietario del primer coche ganador de la NASCAR. France, antes de dotar de un cariz para todos los públicos a la competición, corrió para el equipo de un contrabandista.
Pero no todas son historias antiguas, las conexiones entre pilotos y tráfico de de drogas llegan hasta nuestros días. En 2013, Graham Ellis, además de romperse el cuello tras chocar a 265 kilómetros por hora en el circuito de Santa Pod con su sospechoso automóvil sin patrocinador, también tuvo tiempo para importar 26 kilos de heroína y de cocaína en el Reino Unido. Perdió la cabeza por las drogas.
Por último, una historia digna de película. Una lona llena de dinero para comprar la participación de dos hermanos en las 24 horas de Le Mans con el Porsche 935 K3 que terminaría ganando la carrera. Quedaos con el cambio, debieron decir. Por si fuera poco, ya que estaban, decidieron ahorrarse el autobús y volver con el coche a casa. Todo en efectivo. Eran los hermanos Don y Bill Whittington, dos americanos amantes del humo del motor y del de la marihuana.
Pero para el éxito de su equipo y de su ilícito negocio contaron con la participación de otro ilustre del automovilismo. Randy Lainer, el ganador del campeonato de resistencia IMSA GT de 1948, logró su éxito sobre un coche sin patrocinadores.
Esto ya es sospechoso de por sí, pero lo es más al saber que pertenecía al equipo Blue Thunder Racing Team, propiedad de él mismo y de los hermanos Whittington. Los astros se unieron y sus conexiones llegaron hasta Colombia. La realidad es que a los Whittington les dio hasta para comprarse un circuito donde sus avionetas pudieran aterrizar sin complicaciones en la oscuridad de la noche que no dejaba ver su carga.
Quien la hace, la paga
Como no podía ser de otro modo, los delincuentes acaban ante la justicia. Además, las cosas se ponen más sencillas para la policía cuando se te ocurre correr en un coche sin patrocinadores. Los pilotos traficantes de drogas acabaron pagando por sus delitos y el único sitio en el que pudieron correr fue en el patio de la cárcel.
¿Qué fue de ellos? A John Paul Sr. se le sumaron muchas cosas. En su historial se encuentra la desaparición de dos mujeres y el asesinato de un antiguo socio cuando era testigo de un caso federal por tráfico de drogas. Pasó 13 años en prisión por pegarle cinco tiros, pero aplazó su entrada dos años ya que se escondió en Suiza. Tras salir de prisión, tuvo que volver a esfumarse tras conocerse que su mujer había desaparecido. Sus despreciables genes llegaron hasta su hijo que también tuvo que pasar cinco años en la cárcel por hacerse cargo de los negocios de su padre.
Durante más o menos tiempo, pero todos ellos acabaron pisando la cárcel. Ya fuera por tráfico de estupefacientes, blanqueo de dinero o estafa, ninguno se libró de pagar su deuda con la sociedad entre rejas. El éxito rápido acabo pasando factura y la caída fue enorme. Hasta en el automovilismo, a veces conviene ir más despacio pero hacer las cosas bien.