El Volkswagen-Porsche Tapiro fue el cuarto prototipo de Giorgetto Giugiaro en Italdesign. Este modelo fue un ejercicio combinado de ambas casas alemanas y es mejor conocido por su feroz final de vida (más sobre eso más adelante). Mostrado durante el Salón del Automóvil de Turín en 1970, fue el primer prototipo en forma de cuña que realmente captó la atención de la gente en la exhibición.
El Tapiro (que en italiano significa “tapir”, referido al animal salvaje de Asia y América del Sur) partía del Volkswagen-Porsche 914, con un aspecto mucho más convencional. El experimento de Giugiaro compartía la plataforma, sí, pero las similitudes acababan ahí. Aparte de las cuatro ruedas y los dos asientos, nada más en el Tapiro recordaba a los espectadores que bajo la piel se escondía el pequeño 914. De hecho, se alejaba de las líneas suaves y orgánicas del resto de modelos de Stuttgart, apostando por la forma de cuña y bordes afilados.
Esta corriente estilística aún era una novedad cuando se presentó el Tapiro. Esquinas marcadas y ángulos rectos que surgieron en el DeTomaso Mangusta un año antes y continuaría influyendo en el diseño automotriz a lo largo de la década de los 80 (piensa en el Lamborghini Countach o el DMC DeLorean, entre otros). Mira más de cerca, y la influencia del Tapiro en el DeLorean se vuelve evidente. Y aunque este diseño acaparó a los superdeportivos de la época, la idea con el Tapiro era demostrar que esta nueva ola de diseño podía ser más “modesta”.
Las puertas de ala de gaviota habían existido desde hacía cinco lustros cuando el Tapiro tomó forma, pero Giugiaro llevó esa idea más allá. Haría que la cabina fuera accesible a través de las puertas, y el maletero y el compartimiento del motor se beneficiarían del mismo diseño. Por eso el Tapiro tenía cuatro puertas de ala de gaviota, y las enormes superficies de cristal en el techo y los costados solo acentuaban su posicionamiento de deportivo. Diseñar estas puertas impuso un desafío técnico para la resistencia estructural de la carrocería.
La solución adoptada fue una estructura central cruzada donde la viga longitudinal sujetaría las bisagras de la puerta mientras que la viga transversal se duplicaría como una barra antivuelco. Habiendo resuelto ese problema, el diseñador italiano decidió que un coche que pareciera que corría mucho, debía ser uno que en verdad lo hiciera. Por lo tanto, el motor recibió no una, sino dos actualizaciones significativas. Primero, el bloque de seis cilindros y 2.0 litros hizo una visita a la máquina perforadora y regresó con una cilindrada más grande: 2.4 litros.
En segundo lugar, y de manera crucial, el preparador Ennio Bonomelli tomó ese mismo motor y jugueteó con él hasta que la potencia de salida alcanzó unos respetables 223 CV a 7.800 rpm. Un buen logro mecánico, teniendo en cuenta que el motor bóxer original solo exprimía 110 CV de su cilindrada de origen. Dado que los coches de Porsche estaban asociados con la velocidad y la agilidad, el Tapiro tenía ambas, con una velocidad máxima de 245 km/h gracias a la caja de cambios manual de cinco velocidades su configuración de tracción trasera.
Los faros emergentes eran otro rasgo futurista del Tapiro, al igual que la entrada de aire en la parte superior del parabrisas, una característica de diseño destinada a refrescar el interior, ya que las grandes superficies de vidrio sobrecalentaban fácilmente la cabina. Creado para usarse como un coche de diario (sí, en serio), el prototipo de Porsche con motor central de dos plazas no era una solución a los problemas más prácticos, puesto que la rueda de repuesto ocupaba la mayor parte del ya de por sí pequeño espacio del maletero delantero.
Aún así, el único ejemplar del Tapiro tuvo una vida real, aunque corta, en carreteras abiertas. Un empresario español compró el coche durante el Salón del Automóvil de Barcelona, España. Para dejar las cosas claras, desde 1970 hasta 1973, el Volkswagen-Porsche Tapiro era solo un coche de exhibición. Al poco tiempo, el susodicho cambió de manos y terminó bajo las manos de un músico argentino radicado en Madrid. Hombre de gusto refinado, el artista usó el Tapiro como se había previsto y lo condujo como su compañero de viajes de diario.
Sin embargo, aunque indudablemente llamativo, el coche tenía un defecto mecánico fatal. Tan ardiente como era en la carretera, el motor de seis cilindros enfrentados también tenía otros hábitos acalorados: los carburadores gemelos de tres cuerpos, ocasionalmente, desbordaban, un caso que ocurrió repetidamente con el Porsche 914/6. Ese fue el caso del Tapiro, que se incendió mientras se conducía en algún momento de 1974 por la Casa de Campo en Madrid. El coche nunca se restauró, pero los restos regresaron a Giugiaro casi tres décadas después.
La estructura cremada del Volkswagen-Porsche Tapiro aún perdura en el museo de la firma de diseño italiana hasta el día de hoy. De hecho, la fotografía de Giugiaro y su hijo recibiendo los restos del biplazaen la entrada de su museo es una obra de arte en sí misma. Es la muestra de un inesperado reencuentro con uno de los prototipos más significativos en toda su trayectoria como diseñador. Se trata de un pedazo de historia que “sobrevivió” al fuego purificador para convertirse en un mito, uno atesorado en el mismo lugar que lo vio nacer.
Fuente: Italdesign, La Escudería, Piel de Toro
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