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Luis Blázquez

Cadillac una vez desarrolló una ventanilla para evitar decapitaciones al entrar

Dentro de la racionalidad de cada coche, todos ellos tienen algún punto de irracionalidad. En el mundo de la automoción, los productos subyacentes pueden tener una generosa proporción de esfuerzo de ingeniería en funciones, a veces, efectivamente incomprensibles. Pero eso es lo que los hace geniales. Ya sea que se trate de sistemas de faros retráctiles absurdamente complejos o un maletín como guantera, las marcas han demostrado su predisposición a gastar cantidades absurdas de recursos y energía.

Uno de esos ejemplos lo encontramos en Cadillac que, en 1959, diseñó un automóvil que podía degollarte por la nuca a menos que hubiese involucrada una ingeniería ridículamente difícil.

El Cadillac al que nos estamos refiriendo es muy especial, un Eldorado Bourgham carrozado por Pininfarina. Solo se construyeron 107 unidades, y en ese momento eran casi tan caro como un Rolls-Royce. Y esto fue así gracias al diseño de un traje elegante y de aspecto personalizado, lo que exigió unos inusuales esfuerzos de ingeniería.

Mira el perfil de este crucero de autopista ¿Ves esos trazos largos y elegantes, con un habitáculo increíblemente delgado, la ausencia de un pilar B, y unos pilares tan flexibles y delgados? ¿Ves cómo la línea del techo se inclina un poco hacia abajo en la parte trasera? ¿Ves lo bello y aireado que es todo? Por supuesto que sí.

Ahora, preste atención al área marcada con un círculo bajo estas líneas, donde la ventanilla trasera se encuentra con ese pequeño triángulo de vidrio junto al pilar C. Esa área es la más importante de su diseño.

Cuando abres la puerta, ese pequeño trozo de cristal triangular se desliza hacia atrás, y también lo hace cuando subes o bajas la ventanilla posterior, porque ese trozo de ventanilla debe caer hacia la puerta en diagonal, ya que es demasiado grande para, simplemente, caer directamente hacia abajo. Para lograr este mecanismo operativo, se requiere una cantidad asombrosa de ingeniería y hardware. Hay un motor eléctrico y engranajes adicionales, además de un sistema de elevación y descenso de la ventanilla más complejo de lo habitual.

Y tienes que instalarlos, porque si simplemente dejas la ventanilla en su lugar, se convertiría en una afilada cuchilla de vidrio y acero. No suena muy halagador, especialmente si tenemos en cuenta la clase de clientes que solía alojarse en los asientos traseros de un Cadillac Eldorado Brougham. Por supuesto, el manual del propietario lo pone en términos más amables: “facilidad de entrada de pasajeros”, que es el lenguaje del equipo de relaciones públicas del fabricante para “sistema que evita perforar los cuellos y/o riñones de sus pasajeros”.

Pero, afortunadamente, eso no es lo que pasó. Es probable que haya muchas, muchas soluciones de diseño e ingenieriles que podrían haber eliminado la necesidad de este complejo mecanismo de entrada que te hace temblar la cabeza, y todas podrían haber comenzado desde el momento en que los diseñadores se dieron cuenta de que las personas que se subieran a la parte posterior del coche tendrían que sortear una porción de pizza de cristal muy afilada. Alguien podría haber dicho que eso no iba a funcionar, pero nadie lo hizo.

Se podría haber hecho un pilar C más grueso como parte de la puerta, como lo hicieron otros competidores (Chrylser New Yorker, p. Ej.), así no habría un motor especial y el pasajero habría tenido el mismo acceso. sorprende que tomasen esa decisión en Cadillac, pero hay que admitir que lo hace encantador. Como declara Jason Torchinsky de Jalopnik, “frente la elección entre las formas de ensueño de los diseñadores y las sombrías realidades del mundo físico, Cadillac eligió el drama”. Es absurdo e inútil, pero hace que los coches sean geniales.

Fuente: Jalopnik

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