Un 29 de enero de 1886, hace ahora 150 años, un ingeniero de Mannheim, llamado Karl Benz, entregaba en el Registo Imperial de Patentes berlinés, un pedido para egistrar un «vehículo movido a gasolina». Medio siglo después, en un Salón del Automóvil de Berlín se demostraba el poderío que en esos años había adquirido la industria automovilística alemana. Eso ocurría en febrero y, pocos meses después, se daba a conocer el Mercedes-Benz 540 K Special Roadster, uno de los grandes automóviles alemanes previos a la Segunda Guerra Mundial.
Fue sin duda el gran protagonista del 30º Salón de París de 1936. Basado en el 500 K de 1934, el Mercedes-Benz 540 K Special Roadster se mostró como el culmen absoluto de la excelencia automotriz de la época. Junto con el dirigible Hindenburg, que le acompañaba en sus imágenes promocionales, eran los dos símbolos del poder tecnológico germano.
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Se trata de un coche de esos que conquista nada más verlo. Uno de los más reputados historiadores de automoción mundiales, Griffith Borgeson, escribió del Mercedes-Benz 540 K Special Roadster: «Hay una armonía y equilibrio de líneas… que simplemente desafían cualquier mejora concebible. Es la perfección escultórica. Nunca serán diseñados y construidos coches más hermosos».
No somos quienes de desdecir a Borgeson. Desde luego, la carrocería era soberbia. En la planta de carrocerías de la marca en Sindelfingen, donde se crearon posteriormente mitos como 300SL Gullwing y roadster o, más recientemente, los SLS AMG Coupé y Roadster y que hoy alberga el departamento de I+D de la compañía. se labraban a mano cientos de vehículos, entre ellos el Special Roadster.
Pero podían llegar a más. Antes de la II Guerra Mundial era común entre las personas de considerable riqueza comprar un coche básico a los mejores fabricantes y personalizarlo con un cuerpo creado por alguno de los mejores carroceros de la época (Saoutchik, Figoni et Falaschi, Walter M. Murphy, Dietrich, Bohman y Schwartz, Walker-LaGrande, Gurney Nutting, Bertone, Castagna…).
No es el caso de esta unidad que ilustra este artículo, salida de Sindelfingen. Pero el Mercedes-Benz 540K Spezial Roadster era mucho más que una cara bonita. Era también un coche rápido. Muy rápido. Había sido diseñado para ser el rey de las nuevas autopistas alemanas, que el gobierno de Hitler estaba construyendo en aquella época. Bajo el capó contaba con un motor de 5,4 litros y ocho cilindros en línea que rendía 115 CV… y hasta 180 CV cuando el compresor entraba en funcionamiento. Alcanzaba 177 km/h y la revista británica Motor lo puso a casi 165 km/h… en apenas un cuarto de milla (unos 400 metros). Otra publicación de las islas, Autocar, alcanzó los 168 km/h, la máxima velocidad en un coche probado por ellos hasta la fecha. Y eso, repleto de sensaciones: «no hay tal vez ningún otro ruido de coche en el mundo tan distintivo como el producido por el supercargador Mercedes», aseguraban.
Y es que ese supercargador hacía que el 500 K, y su evolución, el 540 K fuesen de los pocos modelos de la década de los 30 que podían alcanzar 100 millas por hora en carretera. La K anunciaba precisamente la presencia de este potenciador mecánico en sus modelos de gama alta. Cuando se pisaba el acelerador a fondo, un sistema de engranajes impulsaban un turbo tipo Roots, desatando un 25% más de potencia y un chillido peculiar. Ideal para adelantamientos.
Si el Mercedes-Benz 500 K ya fue un coche especial y exclusivo, del que se fabricaron no más de 105 unidades en 1934, 190 en 1935 y 59 en 1936… que lo ha convertido en uno de los coches clásicos más codiciados, del 540 K se dice que se produjeron apenas 419 unidades. De ellas, apenas 25 fueron de este Mercedes-Benz 540 K Special Roadster, que muchos consideran el punto álgido de los carroceros de Sindelfingen.
El Special Roadster fue el último Mercedes-Benz 540 K. Apenas acomodaba a dos pasajeros, poco para sus casi cinco metros de longitud, pero el coche cuenta con numerosos detalles funcionales y de estilo que atenuan su tamaño y endulzan la vista, como ese radiador único y los guardabarros, que dominan el capó y se diluyen para volver a curvarse suavemente hacia arriba hasta crear los guardabarros traseros, que a su vez desembocan delicadamente hacia abajo, envolviendo a la cola.
Lógicamente, era un coche caro… carísimo. Costaba 28.000 marcos de la época (un Beetle costaba 900 euros) y una vez importado a EE.UU. su precio ascendía a unos 14.000 dólares de la época. Para que te hagas una idea, un 40% más que el Cadillac más caro con motor V16. Por eso muy pocos llegaron a cruzar el charco… entre ellos, este número de chasis 130.894 que pudo ser una unidad preserie (esto aún no se ha confirmado) para ser exihibido. Fue vendido en Nueva York el 24 de abril de 1937 a su primer acaudalado (y afortunado) propietario, Reginald Sinclaire.
Tras pasar por diferentes manos, esta unidad fue parte de una colección privada desde 1989. Como puedes ver, se ha conservado en unas condiciones maravillosas, con el odómetro con apenas 10.277 km, una cifra que se cree que ser original. El coche conserva todos sus componentes de transmisión originales, incluyendo el número de motor 130894. Tras 26 años en el mismo garaje, este Mercedes-Benz 540 K Special Roadster, que rara vez podemos ver en el mercado, salió a subasta el pasado 29 de enero, justo 130 años después de que Karl Benz patentase el automóvil. La cantidad por la que cambió de manos es tan alucinante como el vehículo, 9.900.000 dólares, pero esperaban superar con creces los diez millones de dólares… pero un récord de recaudación para este modelo. Un precio a la altura de lo que representa.
Fuente: RM Sotheby´s
Galería de fotos (por Darin Schnabel, cortesía de RM Sotheby´s):