Enero de 1990. Parece que fue hace mucho tiempo, ¿verdad? Sin embargo, marcó el comienzo del que sería el último superdeportivo de Lamborghini bajo el mandato de Chrysler, y a la vez el primero que dio paso a la llegada del Grupo Volkswagen a través de Audi. El Lamborghini Diablo fue el coche que ayudó a llevar a la compañía italiana de superdeportivos al siglo XXI. Trajo varias primicias a los coches de la compañía mientras cimentaba el espíritu de diseño en forma de cuña que todavía se usa en la actualidad.
La historia de Diablo comenzó en 1985, cuando recibió el nombre en código “Project 132” para reemplazar al Countach en el escalón más alto de la gama. Las líneas limpias y agresivas son el resultado de un proyecto de Marcello Gandini que, parcialmente, fue supervisado por el centro de diseño de Chrysler, que mientras tanto se convirtió en el accionista mayoritario de Automobili Lamborghini. Fue un éxito inmediato entre los millones de personas que nunca pudieron pagar uno, pero no fue universalmente querido por los miembros de los medios de comunicación.
En una prueba de 1992, Car and Driver señaló que el Diablo, en ciudad era “torpe y cascarrabias como Strom Thurmond”, y que el interior era tan placentero como una “prisión de deudores de Bangkok”. La revista también dijo lo mismo sobre su archienemigo de Maranello, el Ferrari F40. La revista comparó los dos y vio que este último, con su V8 biturbo de 2.9 litros de 478 CV y 577 Nm, era cinco segundos más rápido en el circuito Palm Beach International Raceway que el toro de Sant’Agata Bolognese, con un V12 atmosférico de 5.7 litros con 492 CV y 580 Nm.
Curiosamente, ambos hacían el sprintde 0 a 100 km/h en 4,1 segundos, y mientras que el Ferrari se tenía que conformar con una velocidad máxima de 324 km/h, el Lamborghini podía continuar hasta los 325 km/h. No, no es mucho. Sin embargo, la mayor diferencia la encontramos en el peso: el F40 apenas marca 1.100 kilos sobre la báscula, y el Diablo hace lo propio con 1.625 kilos. Además, conducirlo no era precisamente cómodo, ya que se necesitaban ambos pies para hacer funcionar el embrague, y sus elevados umbrales te hacían sentir como en un submarino.
En carretera, el primer Diablo se desenvolvía razonablemente bien, pero todo era difícil en él: el embrague y la dirección eran pesadas, la palanca de cambios reacia a moverse, y el acelerador muy delicado. La diversión venía al saber que estabas conduciendo un Diablo, no a la conducción en sí misma, algo que ha cambiado drásticamente con los superdeportivos modernos. La gracia estaba en saber que estabas en una caja de metal que sobrepasaba los 300 km/h, suponiendo que ninguna pieza se cayera en el camino y que tuvieses el valor suficiente para llegar ahí.
En su primera iteración, el Lamborghini Diablo carecía de dirección asistida y ayudas electrónicas a la conducción, aunque venía equipado con ventanillas eléctricas, un interior forrado en cuero y aire acondicionado. Esas dos características no llegaron hasta 1993 junto con el Diablo VT, el primer modelo con tracción en las cuatro ruedas después del LM 002. No fue hasta 1995 cuando presentó a la versión más radical, el Diablo SV, de dos ruedas motrices, y con 510 CV y 580 Nm. Ese mismo año, llegó el primer modelo de techo abierto producido en serie de la marca: el Diablo VT Roadster.
Con Audi haciéndose cargo de Lamborghini en 1999, el Diablo fue actualizado una vez más. Luc Donckerwolke dejó su firma en el superdeportivo, al que se unieron el VT y el VT Roadster. Los tres se actualizaron por dentro y por fuera, y el motor pasó a desarrollar 536 CV y 605 Nm. Además, por primera vez, el Diablo incorporó un sistema antibloqueo de frenos (ABS) y de alzado variable de válvulas (sí, como el VTEC de Honda o el VVT-i de Toyota). Con un total de 2.903 unidades fabricadas, el Diablo finalmente se retiró en 2001 y fue reemplazado por el Murciélago.
Hasta el momento, el Diablo se había convertido en el Lamborghini más vendido de la historia, lo cual, obviamente, no es un récord que haya perdurado particularmente mucho en el tiempo, dado que su legado de más de una década fue inmediatamente usurpado por el Murciélago, y más tarde por el Gallardo, el Huracán, y el Urus, que ya ha vendido 10.000 unidades en solo dos años. Puedes llorar lágrimas de amargura, porque es real: los SUV, al final, venden más que los superdeportivos que colgaban en las paredes de los chavales; que se lo digan a Porsche si no.
Pero lo importante del Diablo es que era un sueño materializado de una empresa hundida en innumerables problemas financieros y que rebotaba entre propietarios, desde Estados Unidos hasta Indonesia y Alemania, pasando por Italia entre medias. Fue el producto de tantos padres y madres que tuvo que mantenerse por sí solo durante una década, hasta que los nuevos padres adoptivos vinieron a rescatarlo. Y, sin embargo, logró hacer algo más que mantener los muebles: llegó a muchos más hogares que todos los demás modelos de Lamborghini que lo precedieron.
Fuente: Lamborghini
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