Existen multitud de marcas y modelos icónicos. Estos han conseguido llegar a todos los rincones y, vayas donde vayas, es fácil cruzarte con alguno de ellos. Permanecen en la memoria de todos nosotros y han cautivado a todo tipo de personas, independientemente de la edad, el sexo o la nacionalidad. Sin embargo, solo uno puede decir que, realmente, ha llegado a todos los rincones del planeta. Hablamos del Mini-Trac, el Mini de la Antártida.
Para aquel que ande un poco perdido hay que mencionar que no, que moverse por la Antártida no tiene nada que ver con hacerlo en cualquier otro territorio. Implica deslizarse por la nieve y el hielo, algo que para los automóviles convencionales no están demasiado preparados. Por ello, por allí se mueven vehículos de lo más variopintos, que incluso parecen salidos de una película de Mad Max. Y si pensáramos eso no estaríamos desencaminados porque Terry O’Hare, el creador del Mini-Trac, trabajó para esta mítica película desarrollando los vehículos que aparecen en ella.
Los problemas de transporte en la Antártida
En la década de los cincuenta y los sesenta, se vivió una importante carrera expedicionaria en la Antártida, que llevó a muchos países a mandar allí a sus investigadores. Británicos, noruegos, americanos, soviéticos… no se quisieron perder nada de lo que pasaba. Pero para poder llevar a cabo estas expediciones con éxito también se produjo una carrera por la producción de vehículosque favorecieran la movilidad en ese territorio.
Dejando de lado los trineos tirados por perros, la mejor manera para desplazarse por la nieve y el hielo antárticos era con vehículos con orugas. Pero, sobre esta base común, las apuestas de los distintos países eran bastante variadas. De los grandes camiones soviéticos a los tractores Ferguson, nadie daba con el vehículo perfecto.
Uno de los países que buscaba medios de transporte para moverse en sus expediciones antárticas era Australia. El rasgo común de los vehículos disponible era la robustez. Se podían encontrar los canadienses Nodwell 110, los tractores Ferguson británicos o todoterrenos Land Rover. Pero, si bien estas eran buenas opciones para cargar y transportar, los australianos buscaban una opción para los trayectos ordinarios.
El Mini de la Antártida
La idea de Australia era clara, querían un coche al uso que pudiera dar servicio a sus expediciones antárticas. La primera opción llegó sin modificaciones. Desde Volkswagen Australia, entre 1962 y 1963, se proveyó de Beetles a las expediciones. Junto con la generosidad de la marca también se incluía una potente campaña de marketing con el eslogan: “Primer coche en la Antártida”. Los Volkswagen Beetles fueron utilizados en las inmediaciones de las estaciones, pero sus condiciones no eran adecuadas para la movilidad en esos terrenos.
Tras esta experiencia no del todo satisfactoria se pensó en otra solución. Tenía que ser una opción parecida al Beetle pero con una mayor capacidad para salir del asfalto. Es aquí donde entra Terry O’Hare, que por entonces llevaba una empresa de automóviles en un barrio de Melbourne. Ya había desarrollado algunos diseños rompedores, pero en esos momentos se dedicaba a la importación de chasis de vehículos para la nieve para después completarlos según las especificaciones de las expediciones antárticas australianas. Terry fue consciente del deseo de las expediciones de tener un coche pequeño y manejable, y él vio el modelo que podía cumplir con los requisitos: el Mini Mark I.
Lanzado en 1959, el Mini se convirtió en toda una sensación a comienzos de los sesenta. Su pequeño tamaño, pero con gran espacio interior, convenció al gran público que lo compró en masa. A su favor jugaba también una imagen elegante y llamativa que, aún hoy, sigue cautivando allá por donde pasa.
La idea de Terry era modificar lo menos posible el coche original de Mini. La primera versión del Mini de la Antártida despertó una gran expectación entre los habitantes del Down Under. Sin embargo, esta no sería la que iniciaría el viaje al Polo Sur. La primera versión presentaba algunas diferencias con la que sería la apuesta final. La principal era la longitud de la oruga. Mientras que en la primera versión no alcanzaba el final del morro del Mini, en la opción definitiva lo sobrepasaba por varios centímetros para mejorar la estabilidad.
El Mini de la Antártida había perdido los ejes de transmisión y la suspensión, que se sustituían por unas ruedas dentadas de accionamiento instaladas en el eje de salida del diferencial. El resto del Mini, aunque parezca mentira, permanecía prácticamente igual.
¿Una historia de éxito o de fracaso?
Antes de mandar el Mini de la Antártida a las expediciones, se hicieron una serie de pruebas en territorio australiano. Los resultados fueron muy satisfactorios. Los informes reportados lo catalogaban como “muy exitosa a pesar de problemas menores”. Su comportamiento en la nieve era el adecuado, alcanzando una velocidad de 37 kilómetros por hora.
Como no podía ser de otro modo, el Mini de la Antártida se empaquetó con envío urgente hacia el Polo Sur. Allí llegó en 1965, dando un toque de color y elegancia a un territorio habitado por máquinas en las que lo que menos importaba era la apariencia.
El manejo del Mini de la Antártida en el territorio para el que había sido creado era perfecto. Acostumbrados a máquinas pesadas y poco ágiles, conducir un Mini debía hacer las delicias de los habitantes de la base australiana y, también, debía hacer crecer la envidia de los de las del resto de países. A este fácil manejo ayudaba su poco peso, mucho menor que el de los otros vehículos. Esto también favorecía su capacidad off road en la nieve y el hielo.
Sin embargo, no todo era perfecto. A pesar de las grandes sensaciones al ponerse al volante, el Mini de la Antártida sufrió una serie de problemas mecánicos que fueron imposibilitando su uso. Estas averías suponían, por pequeñas que fuera, un gran inconveniente ya que era el único vehículo de su tipo. Además, en mitad de la Antártida las capacidades de reparación se veían altamente disminuidas.
De esta manera, cuando el embrague se quemó se hizo necesaria su vuelta a Australia. Todavía no había finalizado la temporada de 1965 y el Mini-Trac abandonó la Antártida para nunca más volver.
¿Qué fue de los Mini de la Antártida?
El documental “The Mini-Trac: Antartica’s Weirdest Tracked Vehicle”permite conocer en profundidad la historia de este Mini único e irrepetible. Junto con imágenes del coche moviéndose por la Antártida, también se dan pistas de dónde pueden estar ahora los tres Mini-Trac que se produjeron.
El Mini-Trac enviado a la Antártida fue utilizado a su vuelta en las pistas de esquí de Victoria, en Australia. Un segundo Mini fue fabricado y enviado a Nueva Zelanda, sin haber ninguna constancia de él desde entonces. El Mini-Trac que falta es el diseño primigenio, el de la oruga más corta. Su historia tras ser descartado no es conocida, pero el documental lanza una teoría.
Según “The Mini-Trac: Antartica’s Weirdest Tracked Vehicle”, el diseño primigenio podría haber acabado en Canadá, debido a las conexiones de la empresa de Terry O’Hare con el país norteamericano para la importación de los Nodwell 110. Lo más sorprendente es su vinculación con un anuncio en 2009 en una web de segunda mano canadiense. El vehículo ofertado era amarillo, tenía unas dimensiones contenidas y se movía con orugas. Aunque se pueden apreciar notables diferencias con el diseño original del Mini-Trac, no es descabellado pensar que el coche puede haber sufrido modificaciones a lo largo de los años.
Sea como fuera, el Mini-Trac, a pesar de su corta vida en la Antártida, supone un verdadero hito en la automoción. Una auténtica demostración de ingeniería para poder llegar donde las condiciones lo impiden. La próxima vez que una nevada paralice una ciudad entera recordad que un Mini pudo conquistar la Antártida.