El objetivo de los nazis no fue otro que dominar el mundo entero. Bajo la batuta de Adolf Hitler, el Tercer Reich llevó a cabo una política extremadamente agresiva para no solo expandir sus fronteras, sino también hacer universales sus valores morales.
Con este plan en mente, además de sus campañas bélicas, también empleó otros elementos populares como forma de propaganda, como el cine o el deporte. Pero algunos valientes consiguieron darle donde más le dolía al führer: héroes como Jesse Owens o René Dreyfus, el piloto judío que derrotó a Hitler.
Pero para que Dreyfus lograra su hazaña tuvo que contar con el inestimable trabajo de Lucy Schell, una mujer pionera en muchos campos y que fue la que decidió hacer todo lo posible para acabar con el reinado de los coches alemanes en los Grandes Premios.
El dominio de Mercedes y Auto Union
La llegada de Hitler al poder supuso una verdadera revolución en la sociedad alemana. El dictador austriaco supo captar el malestar de los ciudadanos con la situación heredada de los acuerdos que pusieron fin a la Gran Guerra. El mensaje nazi era extremadamente nacionalista y apelaba a un renacer del pasado glorioso del país, convirtiéndolo de nuevo en un reich.
Para la «nazificación» del país fue muy importante la labor de propaganda del estado, que creó un ministerio exclusivo para esta labor, bajo la dirección de Joseph Goebbels. La idea era dar una imagen victoriosa del país y de su líder.
Para ello se emplearon los medios de comunicación y el cine, pero también la organización de grandes eventos como los Juegos Olímpicos, tanto de verano como de invierno. Otro aspecto importante fue la automoción, a la que los nazis dieron especial importancia. De hecho, el propio Hitler llego a reconocer que «sin automóviles, películas sonoras y radio no sería posible la victoria del nacionalsocialismo».
Para dominar el mundo del automóvil, los nazis inyectaron mucho dinero en Mercedes-Benz y Auto Union, una fusión de compañías entre las que se encontraba Audi. Con su apoyo, las flechas plateadas no tenían rival en las carreras. Bugatti, Alfa Romeo y Maserati se veían superados, sin capacidad de competir con la financiación que recibían las marcas alemanas. El propio dictador se solía mover en su Mercedes 770 K.
A los mandos de las flechas alemanas se encontraban Rudi Caracciola y Bernd Rosemeyer, los mejores pilotos de toda la competición. La unión de Mercedes-Benz, Auto Union, los nazis y estos dos maestros de la conducción parecía imposible de derrotar, pero se fueron a encontrar con un grupo todavía más unido entorno a un deseo: vencer a Hitler.
Una unión arriesgada: Una pionera del automovilismo, una pequeña marca y un piloto judío
¿Qué llevó a Lucy Schell, una americana nacida en París, a montar su propio equipo para competir en los Grandes Premios? La vida de Schell está llena de decisiones sorprendentes pero que demuestran una gran valentía.
Hija de un importante industrial americano, la familia de Schell contaba con grandes recursos económicos. A comienzos del siglo XX, lo normal hubiese sido que decidiera llevar una vida fácil y llena de los lujos que le podían facilitar sus padres. Lejos de eso, Schell no dudó nunca en arriesgarse y en tomar la iniciativa.
Al declararse la Primera Guerra Mundial, Lucy Schell se alistó voluntariamente como enfermera. Cuando volvió la paz, inició su viaje por el mundo del motor; primero como piloto y, después, como dueña de un equipo de Grandes Premios, la primera y última mujer en serlo. Gracias al dinero familiar, fue capaz de crear un coche de carreras desde cero, y lanzarse a conseguir su objetivo de derrotar a los alemanes.
Para realizar su plan volvió a tomar una decisión sorprendente. A pesar de haber pilotado coches de Bugatti o Alfa Romeo, Schell puso sus ojos en la marca francesa Delahaye. Esta había vivido tiempos mejores y ahora estaba enfocada en coches robustos, principalmente camiones. La empresa vio en los Grandes Premios una manera de reflotar la compañía. Fruto de esta asociación surgió el Delahaye 145.
Ya solo faltaba un piloto y el elegido no podía ser otro que René Dreyfus. El piloto francés había sido una de las grandes promesas del automovilismo, pero un accidente con un Bugatti y la pérdida de contactos en la industria provocaron que se fuera alejando de las carreras. Con el auge del fascismo, finalmente se le cerraron todas las puertas por su origen judío. Pero entonces apareció Lucy Schell y Delahaye y la historia dio un vuelco.
Un piloto judío contra el dominio nazi
La primera carrera de 1938 era el Gran Premio de Pau. Los alemanes llegaban a Francia como los grandes favoritos, con la intención de conquistar el país galo a través de su poderío automovilístico antes de que lo hicieran años después mediante las armas. Las flechas plateadas, gracias al apoyo del régimen nazi, presentaban una potencia mucho mayor que el resto de los coches.
Sin embargo, el trazado del Gran Premio de Pau no iba a favorecer sus grandes ventajas, sino que las iba a minimizar dándole alguna oportunidad a sus oponentes. La gran cantidad de curvas no permitía a los Mercedes mostrar toda su potencia y, además, su sobrealimentación provocaba un elevado gasto de combustible. Había esperanzas para Schell y el piloto judío.
Había otras noticias buenas para ellos. Auto Union había declinado participar en la carrera. Además, una pequeña avería impedía a uno de los Mercedes tomar la salida, concretamente al que conducía Hermann Lang. La decisión que tomaron fue la de turnarse el único coche disponible entre Caracciola y el propio Lang, lo que iba a suponer una ayuda ya que acumularían menos cansancio. En definitiva, la carrera se presentaba como un cara a cara entre el Mercedes alemán y el francés Delahaye del piloto judío Dreyfus.
La gloria estaba a tan solo 100 vueltas de distancia. Con ese pensamiento en la cabeza dio comienzo la carrera. Rápidamente, el Mercedes de Caracciola tomó la delantera. Aunque conseguía ir manteniendo cierta ventaja, la sombra de Dreyfus permanecía siempre a su espalda, lo suficientemente cerca como para aprovechar cualquier descuido.
La estrategia de Delahaye era clara, mantenerse cerca del Mercedes hasta que parara a repostar. Entonces, tomar la delantera y ya no dejar escapar la victoria. La imposibilidad de soltar toda la potencia de los Mercedes se iba viendo aumentada con el paso de las vueltas, cuando la goma y el aceite iban dificultando la conducción y haciendo que los pilotos realmente se jugaran la vida.
Una victoria con mucho significado
El Delahaye de Dreyfus cruzó la meta. Había ganado. Un judío francés había conseguido vencer a la joya de los nazis. Un minuto y 52 segundos después entraba el Mercedes, la grandeza del Tercer Reich había sufrido un gran golpe, y todas las miradas estarían puestas en Caracciola y Lang. Por si esto fuera poco, en tercer lugar llegaba el otro Delahaye, este conducido por Gianfranco Comotti.
Un judío había podido acabar con el dominio nazi. Más tarde llegarían otras grandes ridiculizaciones del ego alemán, hasta que la guerra acabara con todos sus objetivos imperialistas. Antes de que los aliados tomaran Berlín, una improbable asociación de un piloto judío, una pionera de la automoción y un fabricante francés venido a menos había demostrado que al fascismo se le podía vencer unidos.