Paul Newman, un actor conocido y de fama mundial aunque ya fallecido, era uno de esos adinerados amantes de los automóviles (tras protagonizar la película 500 Millas) y del mundo que los rodea en general, un amante del automovilismo que entre su colección privada un día figuró uno de los automóviles más codiciados de los últimos tiempos, un Volkswagen Beetle rojo en su versión convertible que adquirió en el año 1963.
Sin embargo el Beetle de Paul tenía una peculiaridad, montó un ¡motor V8! capaz de rendir 300 caballos construido bajo pedido. El trabajo realizado por el constructor de la IndyCar, Jerry Eisert, consistió básicamente en el montaje y puesta a punto de un enorme V8 extraído del Ford Windsor de la época. El resultado, uno de los Volkswagen Beetle más radicales de todos los tiempos, capaz de mirar de tú a tú a cualquier Corvette.
Toda la potencia era transmitida a las ruedas traseras a través de una magnífica caja de cambios ZF de cinco velocidades. También contaba con una refrigeración líquida y un sistema de suspensión, similar a la de los modelos que competían en las 500 Millas.
Pero ¿por qué decidió Paul dotar a su pequeño utilitario de semejante motor?. Cuenta la leyenda que Paul Newman, cansado de que su colega Robert Redford, que tenía un Porsche, se riera de su utilitario, contrató al constructor de la IndyCar Jerry Eisert para que convirtiera a su Escarabajo en todo un señor deportivo.
Jerry Eisert tuvo que eliminar los asientos traseros para poder instalar el enorme bloque. Como es lógico, muchos otros sistemas tuvieron que ser modificados, como el sistema encargado de la refrigeración del nuevo bloque, para el que se montaron dos nuevos radiadores, uno en la parte trasera y otro en el capó, de ahí esas extravagantes entradas de aire. Costó un año y medio de trabajo, pero el resultado no podía ser más espectacular.
Pasado un tiempo, Newman donó su vehículo al departamento de tecnología de la automoción del Chaffey College. Años después cerró el departamento y el Beetle modificado pasó a manos de su director, que decidió restaurarlo. Una vez restaurado pasó a subastarse, y como era de esperar, se convirtió en el Beetle más caro de la historia. Se pagaron por él unos 178.000 euros, una auténtica locura para hacerse con éste pequeño lobo con piel de cordero. En realidad era más que un coche, era el «ojito derecho» del actor.
Vía: Selvedge Yard
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